
“Para mí, un mundo ideal sería que mis hermanas trans no fueran las más asesinadas en América Latina. Que mis hermanas trans pudieran superar una expectativa de vida de 35 años. Que mis hermanas trans pudieran tener acceso a la salud, a derechos humanos básicos”, señala una de las protagonistas, trabajadora sexual y activista del cortometraje documental Llámenme Puta, dirigido por Digcy Mejias, de la sección Arcoiris Tricolor del Festival CINEVERSATIL, que está dedicada a las personas migrantes y refugiadas venezolanas e integrada por dos cortos documentales, un videoarte y dos cortos de ficción.
Llámenme Puta tiene como eje la historia de Sarah, una trabajadora sexual trans venezolana que vive en México. En principio, da cuenta de su vida cotidiana: sus horarios de trabajo y lo que estos significan, su dedicación por su alimentación, sus paseos recreativos y su rutina de ejercicios físico para mantenerse sana y atractiva. Básicamente, lo que muchas mujeres, hacen tras día en sus vidas comunes y corrientes. Pero Llámenme Puta va más allá de la descripción de hechos y anécdotas e indaga en algunas de las dolorosas experiencias del pasado de Sarah, desde el bullying en la escuela hasta el rechazo por parte de personas de su entorno, pasando por el prisma que todo lo ilumina: el de sueños y anhelos.
El discurso del corto, con cierto optimismo y mucho realismo, tiene una mirada crítica sobre los prejuicios y desprecio de los otros, pero los desarticula con inteligencia, sin beligerancia y hace foco, de una manera muy concreta, sobre los propios conflictos que afectan a las trabajadoras sexuales trans – y , por extensión, uno podría decir, también a las trabajadoras sexuales en general. Lúcido, urgente y contenedor este cortometraje es sólido narrativamente, transparente en su forma y propone una cercanía con el espectador que no puede sino transformarse en empatía con las personas más discriminadas de la comunidad LGBTIQ. Todo un logro.

Dentro de la misma sección y dirigido Ibai-Vigil Escalera y José André Sibaja, se destaca Cartagena Boy, un retrato intimista de las vidas de cinco chicos venezolanos que abandonan su país en busca de mejores oportunidades. En las calles de Cartagena encuentran su espacio como trabajadores sexuales, algunos con mejor suerte que otros, todos en un entorno que puede mutar de ser redituable a ser muy hostil, en cuestión de minutos.
Pero en vez de centrarse en el afuera que habitan, Cartagena Boy elije indagar en las subjetividades de los chicos respecto a cómo autoperciben su trabajo y cómo se desarrolla su vida cotidiana. Al contrario de toda mirada reduccionista, aquí los directores hábilmente elijen una diversidad de testimonios que dan cuenta de experiencias disimiles, ninguna es irremediablemente desoladora ni tampoco está romantizada, todas están desprovistas de sensacionalismo y ninguna pone a sus protagonistas en la categoría de pobres víctimas abandonadas. Ese es uno de los méritos de este sensible documental: la ausencia total de un abordaje condescendiente.
Hay, entonces, quienes encuentran en su trabajo sexual lo que buscan: dinero que necesitan, pero también que desean tener, más allá de la necesidad. Es dinero fácil (o no), sin mayores complicaciones, el resultado de un trabajo tan legítimo como cualquier otro. Claramente, esto no es un jardín de rosas, pero tampoco es el infierno más temido. Por otra parte, también hay otros chicos que resienten su trabajo, que no ven la hora de abandonarlo por algo mejor, que no encuentran satisfacción de ningún tipo. Excepto en el dinero. Obviamente, para todos ellos el eje es el dinero, sin eso no hay erotización del trabajo. Pero para algunos el trabajo incluye otras satisfacciones, como la de dar placer a otros a través de sus cuerpos, como señala uno de los chicos.
Jóvenes, atractivos y bien despiertos, los chicos de Cartagena Boy son parte de un estado de las cosas que si bien los rechaza, también los desea y así se evidencia el doble discurso de la moral más hipócrita. Y ese es otro mérito de los directores: que el tópico del trabajo sexual se extienda también al mundo que lo sustenta y no solo a sus actores. Nuevamente, como en Llámenme Puta, la mirada de los directores es crítica y empática. Dos cortometrajes con un profundo respecto por sus protagonistas y con la profundidad sin solemnidad que estas historias necesitan para ser contadas con honestidad y sentimiento.