
«Pablo, Rodrigo y yo somos oriundos de Carmen de Patagones, la pequeña ciudad en donde ocurrió la tragedia escolar. Ese día, todos implosionamos, un chico de quince años disparaba a quemarropa a sus compañeros”, dice Javier Van De Couter (Mía) acerca de su nueva película, Implosión, co-guionada con Anahí Berneri, que ganó el Gran Premio a Mejor Película de la competencia argentina del 2021 BAFICI y tendrá su estreno en cines el jueves 8 de abril.
Implosión es una rara avis. Está protagonizada por Rodrigo Torres y Pablo Saldías, sobrevivientes de la Masacre de Carmen de Patagones, que ocurrió en el 2004. En ese entonces, Rodrigo y Pablo tenían quince años, eran amigos y compañeros de una escuela secundaria de Carmen de Patagones, una ciudad en el sur de la provincia de Buenos Aires. Un día común y corriente, salido de la nada, otro compañero de clase llega a la escuela con un arma que le quitó a su padre militar y, aparentemente sin motivo alguno, comenzó a dispararle a sus compañeros indiscriminadamente.
Ya pasaron más de treinta años y Rodrigo y Pablo se han embarcado en un viaje trazado por Van de Couter y Berneri, aunque en ese viaje hay desvíos y paradas probablemente no planificadas en un sentido estricto. La idea no es mala, todo lo contrario: viajar más de 1000 km para buscar el modo de reencontrarse con ese compañero de la escuela que hasta el día de hoy ha dejado cicatrices indelebles. Qué se puede esperar de ese encuentro, nadie lo sabe.
Lo singular de Implosión, que es una ficción que se siente y se vive como un documental, es que los protagonistas reales de la tragedia son, de hecho, los actores de la película. De hecho, sin información previa, cualquier espectador pensaría que es un documental y solo eso. O todo eso. Es decir, Van de Couter elige construir un relato ficticio para narra una realidad ya casi olvidada en el tiempo. Excepto para Rodrigo y Pablo.

Trabajar con los límites porosos entre la ficción y el documental, o transformar uno en otro, o resignificar las convenciones de cada uno, es una tarea que el cine viene haciendo desde ya hace un buen tiempo. Pero no recuerdo otra película nacional, al menos más o menos reciente, que tenga la narrativa y estética de Implosión.
Se podría decir que la historia está articulada a partir de la noción de la deriva. Si bien uno podría imaginarse cómo sería el desenlace, lo cierto es que no hay que apostar a nada previsible. Porque en esa deriva, nuestros protagonistas conocen y se vinculan con otras personas, actores no profesionales que hacen de sí mismos. Y de cada encuentro surge una mini historia, algunas más interesantes que otras. Los paisajes del sur y la travesía a lo largo de la ruta transmiten la aridez y desamparo de la zona. Hay toda una parte de un país que se hace visible, un territorio poco conocido por la mayoría de nosotros. Y, en este sentido, Implosión sí es documental: corre el velo y exhibe algo que estaba casi oculto, lo hace carne.
Como película narrada en primera persona, Implosión evita el habitual narcisismo de tantas, tantas películas similares. Eso es, sin duda, un gran punto a favor. No me malinterpreten, los protagonistas y la cámara hablan de ellos mismos y hablan mucho – quizás demasiado- pero no se erigen como si fueran el centro del mundo. Tal vez se podría haber editado la duración de algunas escenas o incluso no incluirlas ya que hay cierta redundancia que, en ocasiones, hace que se pierda el ritmo de la película.
Aun así, estas son consideraciones menores en la medida en que el espectador acepte la propuesta general y entre en la película. Que, por cierto, de distante no tiene nada. Al contrario, es como estar junto a Rodrigo y Carlos, acompañándolos en su deambular de rumbo incierto, en vez de mirarlos desde la distancia, como un testigo que no se involucra.