El silencio del cazador, de Martín Desalvo

“El silencio del cazador es un thriller dramático con elementos del western utilizados para contar una historia de amor desde una mirada autoral”, señala el cineasta Martin Desalvo (Las mantenidas sin sueño, El día trajo la oscuridad, El padre de mis hijos) acerca de su nueva película protagonizada por Pablo Echarri, Alberto Ammann, Mora Recalde y César Bordón, y estrenada recientemente en salas comerciales y también disponible en la plataforma puentesdecine.

Idílica puede parecer la naturaleza en un Parque Nacional misionero, sin embargo nada podría ser más distinto. Por una parte, están los guardaparques como Guzmán (Pablo Echarri) que acompaña a los lugareños a cuidar del medioambiente y, lo que es más importante, siempre está alerta y a la búsqueda de cazadores furtivos. Su esposa, Sara (Mora Recalde) es una devota médica rural que lo apoya en casi todas sus decisiones.

Por otra parte, están los colonos, los hijos ricos de inmigrantes europeos a los que el medioambiente no podría importarle menos. No debe sorprender entonces que la caza sea una de sus actividades favoritas. No por derecho, sino por hechos, se podría decir que estos colonos, con Orlando Venneck (Alberto Ammann) a la cabeza, son los verdaderos dueños de un pueblo donde la ley sirve para poco y nada. En este estado de la situación, no ayuda que Sara haya sido novia de Orlando. Da la impresión de que el romance que los unió no está muerto del todo.

Y como El silencio del cazador no es, estrictamente hablando, una película sobre guardaparques y cazadores furtivos – eso es apenas un parte – son los conflictos interpersonales que están cruzados por las miradas, los pasados y el presente de nuestros protagonistas los que articulan todo el drama. Desalvo utiliza el thriller con aristas de western para hablar de la inexorabilidad de un desenlace trágico causado por una larga lista de conflictos que existen desde hace quién sabe cuántos años.

Formalmente, El silencio del cazador es una película muy cuidada, desde la iluminación que dramatiza y expresa el drama hasta el montaje que le da un ritmo ágil, y pasando por afinadísimas interpretaciones que les dan carne y hueso a personajes que bien podrían haber sido unidimensionales, aun cuando el guión les diera los matices necesarios. Porque sin los actores que sepan internalizarlos, no hay guión que sirva.

La cámara, nerviosa y dinámica, sigue a los personajes sin darles un minuto de respiro. Está siempre presente donde ellos están, a veces incluso un poco antes o un poco después. Ese esa cámara todo lo ve, incluyendo tantas cosas que los personajes ignoran o eligen ignorar. Estéticamente cohesiva y coherente, El silencio del cazador es impecable.

Desde la narrativa, todas las piezas del tablero también están en su lugar. Quizás demasiado ordenadas. En esencia, no hay nada muy sorpresivo ni revelador. Esta historia de rivales ancestrales, amores perdidos, celos y confrontaciones ha sido contada ya muchas veces. Una vez transcurrido el primer acto, no resulta difícil saber cómo sigue y cómo probablemente termine la película. Por eso, entre otras cosas, se hace bien visible el contraste entre su realización tan notable y su dramaturgia tan de fórmula.

La presencia de un tigre salido de la nada es interesante en sí misma y también como elemento simbólico. Es una buena manera de poner en vilo a todo el pueblo y funciona como disparador de los dobleces de las partes enfrentadas. De haber seguido en esta línea más alegórica, si se quiere, en vez de optar por explicitar lo que pasa, El silencio del cazador habría sido realmente oscura y enigmática.

Dicho esto, es igual de cierto que es una película disfrutable, entretenida en el mejor de los sentidos y que hace un muy efectivo uso del cruce de géneros. Es decir, hablamos de buen cine de género al servicio del estudio de una comunidad y el retrato de almas antagónicas. Sumen a eso la tragedia y la mezcla es todavía más atractiva.