
Tal como señala Luciano Juncos, el director de Bandido – la película de apertura del BAFICI- su protagonista es “un personaje inédito que habiendo logrado todas sus metas de su vida, ahora transita el ocaso de su carrera, Bandido (Osvaldo Laport) es un músico impregnado por un manto existencialista”. Es eso, precisamente, lo más interesante de la película: ese manto existencialista que Laport entendió muy bien de qué se trata y por eso, en una compleja y muy convincente interpretación, se roba la película.
Roberto Benítez (Laport), conocido artísticamente como “Bandido”, es un renombrado cantante de música popular que entra en una crisis de mediana edad, su carrera se estanca y él siente que no le encuentra un verdadero sentido a su vida. Y su crisis parece ser terminal, según lo que él mismo siente y expresa.
Bandido podría ser dividida en dos partes, narrativamente hablando. En la primera parte está lo mejor de la película, es cuando transcurre en forma orgánica y sin ningún tipo de fisuras. Es la presentación lacónica de un personaje lacónico, depresivo, retraído. Sutilmente, con pequeños apuntes, vemos su sufrimiento oprimido y su inacción. El tono meditabundo no podría ser más apropiado.
Con un ritmo apropiadamente cansino, con una fotografía que evoca tanto la nostalgia como la melancolía, con una puesta en escena funcional al drama del personaje y que nunca llama la atención sobre sí misma, Bandido encuentra una forma fílmica perfecta y despliega una mirada precisa y detallista. Realmente es cautivadora.

Alerta de spoiler. Sugiero no continuar leyendo esta crítica sin aún no vieron la película. Volviendo al derrotero de Bandido. Una noche como cualquier otra, en una zona cercana a una barriada, a Bandido le roban el auto. Unos vecinos se acercan para ayudarlo y entre ellos, por casualidad, está un amigo de toda la vida desde sus primeros años de carrera en la música. Toda esta secuencia está bien resuelta, es verosímil y se siente espontánea.
El problema, o los problemas, vienen poco después y empiezan con un brusco cambio de tono. Ahora la mirada es sentimental, hasta sensiblera, y el guión comienza a explicitar sus ideas didácticamente. Claro que es real que el reencuentro con afectos perdidos puede dar pie a una transformación. Pero, ¿con una progresión tan veloz? ¿Tan servida en bandeja?
En medio de todo, aparece una problemática de carácter social que involucra a los vecinos contra las corporaciones que está articulada de una manera burda, es puro lugar común. Por eso resta en vez de sumar. Y porque corre el foco de Bandido, cuya historia pasada tenía mucho más para explorar. Incluso la de su amigo Rubén. Es curioso: de una primera parte con ambigüedades y matices, Bandido tiene una segunda parte discursiva y de trazos gruesos.
Si la secuencia final es conmovedora es porque ahí se ve, de nuevo y como broche de otro, la intensa y comprometida actuación de Laport que parece haberse fundido con su personaje de tan real que se siente. Ese es, sin duda, el mérito incuestionable de Bandido.