
“Desde la primera vez que fui al Carnaval de Gualeguaychú me interesó mucho hacer un trabajo documental sobre la masculinidad puesta al servicio de este espectáculo. La mayoría de los bailarines del carnaval son heterosexuales, que una vez al año, se maquillan, se ponen trajes con plumas y se llenan el cuerpo de purpurina. Algunos con sus cuerpos más cubiertos y otros con el cuerpo completamente expuesto al juego del deseo”, señala Marco Berger acerca de El país del Carnaval, su octava película, esta vez co-guionada con Martín Farina, y actualmente en la competencia argentina del BAFICI.
Para documentar el carnaval y a su vez trazar la geografía de cuerpos masculinos erotizados y erotizantes, Berger toma como hilo conductor la historia de dos jóvenes Vilmar y Franco (el Toro), quienes nacieron y viven en Gualeguaychú. Desde que eran niños, no dejan pasar un verano sin participar en el carnaval, la gran fiesta popular de la ciudad. Una fiesta plena de colores, del calor del sol, de alcohol y sanos excesos. Y, por supuesto, un espacio donde Eros circula con total libertad.
No importa si los bailarines del carnaval son heterosexuales o gays o bisexuales u hombres trans. No es el género ni la identidad u oriental sexual en sí mismos lo que a Berger le interesa explorar. Más bien, como en unas cuantas de sus películas anteriores, aquí hay, al menos, dos cosas.

En primer lugar, la contemplación de excelsos cuerpos masculinos jugando entre ellos. Maquillados, con rimmel y glitter, rozando piel con piel con caricias disimuladas, con miradas deseantes y no tan inocentes. Como si todo fuese una gran coreografía, una danza con límites porosos donde no se sabe bien donde el deseo se mezcla con la camaradería.
En segundo lugar, está la belleza y su poder de captura. Casi hipnótica, aparece en los rostros cuidadosamente elegidos, en los brazos y pectorales torneados, en las espaldas amplias, particularmente vistas desde atrás, en log glúteos firmes y las piernas robustas. Cuerpos desnudos disfrazándose en espacios pequeños que hacen que compartan una intimidad muy probablemente ausente fuera del carnaval. O no. Nunca se sabe, pero eso poco importa.
Berger y Farina saben darle una presencia arrebatadora a la belleza masculina sin convertirla nunca en un objeto exótico. Mucho menos en la gran protagonista de una postal turística de carnaval. Sí es un espectáculo, por supuesto, pero uno que interpela al espectador de una forma pregnante, como un hechizo. Porque hechizados también parecen estar los bailarines entregados al goce, a la carnalidad y a la fiesta.
