Planta permanente, de Ezequiel Radusky

“En Planta Permanente somos testigos del ascenso y la caída de una mujer que quiere transformar su realidad y del modo de operar de personajes que no son ni buenos ni malos, pero que, arrastrados por una extraña inercia, terminan actuando de manera nociva ante una posibilidad de mejora generada por alguien de su misma clase. También, vemos que las estrategias para progresar no siempre son inocentes y benévolas. Y es ahí donde radica el punto más complejo de esta historia”, señala Ezequiel Radusky (Los dueños) acerca de su nueva película, un agudo estudio social e individual a la vez,  recientemente estrenada en CineAr.

Liliana (Liliana Juárez) y Marcela (Rosario Bléfari) trabajan desde hace un par de décadas como personal de limpieza de una dependencia estatal. Es un lugar que conocen a la perfección y a lo largo del tiempo han construido un espacio propio: un comedor en un rincón abandonado del edificio. Un comedor donde todos los trabajadores pueden sentirse como en sus propias casas, un lugar de pertenencia y encuentro. Y quizás el único sueño que Liliana concretó en toda su vida.

Pero con la llegada de una nueva directora, el panorama cambia, y no para bien. Como siempre, primero vienen los discursos motivadores y las promesas de mejoras para todos. Después, a las palabras se las lleva el viento, las promesas resultan ser vacías y los despidos son moneda corriente. Finalmente, el tan querido comedor se cierra para utilizar el espacio para otras cosas.

Planta permanente es una película precisa y contundente, con una dirección de actores afinadísima y una puesta en escena sólida. Es precisa en la exploración del mundo de estos trabajadores, que no es sino un microcosmos que refleja las injustas, precarias e inestables condiciones laborales en gran parte de Argentina. Un escenario doloroso que se repite históricamente.

También es una especie de tragedia individual – se sabe que los vínculos interpersonales se quiebran ante tanta presión – entonces se necesitan actores que nos involucren en los afectos de sus personajes, en sus idas y vueltas, en sus ínfimas victorias y numerosos fracasos. Y Radusky consigue crear una sintonía absoluta entre Liliana y Marcela.

Liliana Juárez encarna a  una mujer sacrificada, muy trabajadora, y quizás un poco ingenua a pesar de todo lo que ha vivido. La cantante y actriz Rosario Bléfari (quien falleció en julio de este año) se parece a Liliana, pero no mucho. También es sacrificada y trabajadora, pero de ingenua no tiene nada. Casi se podría decir que está siempre a la defensiva. Y  con razón.

Por otro lado, lo más logrado de su puesta en escena es justamente que sea invisible, por así decirlo, para hacer foco en los personajes y su entorno, en vez de distraernos con un formalismo innecesario. Aquí se trata de conmover al espectador, en primer lugar, para que la problemática social no sea solamente descriptiva. Después vienen las reflexiones al finalizar la película. Después uno empieza a pensar en cuanta gente conoce que viven esta realidad tan común, lamentablemente. O en uno mismo.

Radusky logra algo que pocos directores consiguen: denunciar un estado de las cosas sin agitar consignas desde la barricada, con una mirada muy crítica pero no beligerante, con la certeza de que si bien el cine puede no cambiar las cosas, seguramente las visibiliza y ya de por sí es muy bienvenido.

Planta permanente (Argentina, Uruguay, 2019)

Dirigida por Ezequiel Radusky. Escrita por Ezequiel Radusky, Diego Lerman. Con Liliana Juárez, Rosario Bléfari. Fotografía: Lucio Bonelli. Montaje: Valeria Racioppi. Sonido: Catriel Vildosola, Sofía Straface. Música: Maximiliano Silveira. Duración: 78 minutos.