
Ya se sabe que los asesinos seriales de los slashers tienen un pasado oscuro. No nacen de la nada. Freddy Krueger era un asesino de niños cuyos padres quemaron vivo ante la inacción de la ley. Jason Voorhees era un niño que murió ahogado por un descuido de los adolescentes a cargo de un campamento de verano. Y Michael Meyers – seguramente el más paradigmático- asesinó a su hermana siendo un niño y fue encerrado en un neuropsiquiátrico de máxima seguridad durante 15 años. Mucho tiempo después los tres reviven, ejecutan sus venganzas sin piedad y comienza un nuevo reguero de sangre.
La singularidad del slasher Los olvidados: cicatrices – la nueva película de los Onetti, una secuela de Los olvidados, esta vez dirigida por Nicolás Onetti con música de su hermano Luciano- reside en que ahora se trata de una familia entera de asesinos encabezada por un militar de los años de plomo, ya retirado, y un soldado sobreviviente de la guerra de Malvinas. No cuesta recordar que fue entonces cuando los soldados argentinos fueron masacrados por los británicos y sus mercenarios, los gurkas. Décadas después, esta familia desquiciada se asienta en las tierras arrasadas del pueblo de Epecuén, apenas restos de lo que fue alguna vez. Cualquier angloparlante que se les acerque va a ser presa de torturas, violaciones, degollamientos y unas cuantas cosas más.
Así como en Francesca y en Abrakadabra, sus dos películas previas que eran giallos a lo Argento y Bava filmados con un marcado cuidado estético y valores formales muy cohesivos, en Olvidados: cicatrices los Onetti consolidan esos logros y se apropian del slasher para darle una vuelta de tuerca. Es que la impronta de la guerra de Malvinas lo ubica dentro de una suerte de terror político vernáculo, y así el molde del género trasciende su naturaleza para hablar de otras cosas más inquietantes que la sucesión de muertes extremadamente cruentas.

La historia es simple: un grupo extranjero de rock que visita Argentina pierde el rumbo y queda varado en Epecuén, un territorio totalmente desconocido para los angloparlantes. No pasa mucho tiempo hasta que se encuentran con la familia de psicópatas que claramente no les va a dar una bienvenida. Todo lo contrario. Sin poder escaparse van a tener que defenderse como puedan – lo que no es decir mucho.
En un juego de intertextualidad con The Texas Chainsaw Massacre y The Hills Have Eyes en su trama y su tono, más un poco de Green Room en relación al espacio donde vive la familia y de Hold the Dark en su música ominosa, este slasher construye un relato devastador por demás, con dosis generosas del gore más revulsivo.
Desde la pregnante y texturada fotografía hasta el montaje nervioso, y pasando por una impecable puesta en escena, los Onetti construyen un gran espectáculo. Incluso cuando su registro es realista para los parámetros del slasher prototípico también hay una exacerbación típica del torture porn, y para bien. Los clichés y las citas casi textuales abundan y son una opción válida para una relectura de esta naturaleza. Sobre todo, y tal como toda película de terror lo pide, es el clima desolador y la atmósfera claustrofóbica lo que hace que creamos lo que está pasando – algo que a las películas argentinas de terror les cuesta mucho lograr.

También es cierto que hay un riesgo intrínseco con una narrativa como ésta: es cruzar esa delgada línea que separa la reelaboración de la réplica. Algo de eso ocurre en Los olvidados: cicatrices, aunque no en la película como un todo. Solo que de tanto en tanto la operación de intertextualidad transforma la instancia de lo legítimamente predecible y reciclado en algo involuntariamente repetitivo. Quizás menos podría haber sido más.
Aun así, la trama tiene una organicidad que funciona acorde a su premisa en todo momento. Aquí el origen del mal no es una simple enunciación inicial que luego se difumina. De hecho, es reforzada con precisión y hasta se expande más de lo anticipado. La gran metáfora que alude a los campos de exterminio durante la dictadura a través del confinamiento y torturas del grupo de músicos tiene una lógica innegable y dolorosa. Y la referencia a ese célebre partido de fútbol del Mundial 78 con Maradona como gran protagonista no podría ser más contundente.
Los olvidados: cicatrices utiliza los tiempos, temas y espacios propios del slasher con ribetes políticos para desplegar una experiencia cinematográfica filmada con mucho profesionalismo y una mirada tan atenta como alerta. No es poca cosa.