X, de Ti West

Estamos en 1979, en el sur profundo de los Estados Unidos, más precisamente en Texas. Un grupo de seis jóvenes viajan hasta un paraje desolado donde alquilan una cabaña para filmar una película porno. Cuerpos jóvenes, de piel suave y músculos tonificados, pronto entran en juegos de goce y orgasmos.

Mientras tanto, los dueños de la cabaña, una pareja de ancianos que vive en una casa no muy lejos, se acercan de improviso. Observan, con desaprobación, el espectáculo de testosterona y estrógeno en su esplendor. Es la mujer anciana quien se siente más alterada. Es que el disfrute de estos cuerpos es para ella un doloroso recordatorio de una sexualidad que perdió para siempre. ¿Por qué, entonces, debería ser una buena vecina cuando siente tanta furia?

Escrita y dirigida por Ti West, X es, por un lado, un muy bienvenido homenaje al cine porno independiente, artesanal, de los 70, ese que está tan bien retratado en Boogie Nights. Sin presiones para llegar a un público masivo, este porno destila sensualidad y deja de lado toda genitalidad. El erotismo pasa por lo que se muestra, un poco, y por lo que sugiere, mucho.

Por otro lado, X es un slasher con referencias varias a The Texas Chainsaw Massacre, en primer lugar; pero también a Halloween y a Friday the 13th. Es cierto que no están Leatherface, tampoco Michael o Jason. Pero sí hay un Otro que parece haber tomado lecciones con estos maestros, y así puede continuar con su herencia de masacres sangrientas.

Integradas en la narrativa y en su estética retro, las citas y guiños encuentran su razón de ser en el drama mismo y, sobre todo, en su tono. Nunca son ornamentos. X se construye utilizando clichés del género, pero a sabiendas. Su naturaleza metanarrativa no nos hace reír, en cambio nos recuerda el nerviosismo que sentimos con nuestros primeros slashers.  West despliega una mirada vintage con sentido, no juega a un juego vacío.

             Las conflictivas relaciones entre la vejez decrépita y la juventud rozagante, la sexualidad exultante y la sexualidad mortuaria, el placer desprejuiciado y la ausencia de todo placer, son los temas que atraviesan la película. Las imágenes son contudentes, incluso agresivas. Porque son los cuerpos los que hablan. Es difícil no escucharlos.

En su primera parte, la que abarca la filmación de la película porno, el guión funciona como un reloj suizo, y el diseño visual y sonoro es impecable. En términos dramáticos, es esta la parte mejor lograda, y también la más personal. Su humor autoreferencial y algo paródico se despliega en su justa medida, sin los excesos innecesarios.

Es en la segunda parte cuando comienza el slasher. Hay muertes crudas y divertidas, con mucho gore, transformando la violencia en un espectáculo mórbido. Sin embargo, el tempo reposado de la primera parte, tan cuidadosamente construido, pasa a ser abrupto, hasta acelerado. No da la impresión de que sea un efecto buscado. Uno no termina de disfrutar un asesinato y, enseguida, viene otro. Y así hasta el final. Todo está muy visto.

Aun así, es una película rebelde que busca darle una vuelta de tuerca a un subgénero tan transitado. En gran medida, lo logra. Que sea un tanto despareja no minimiza los méritos que sí tiene. No será una obra maestra como Pearl, pero es mejor que mucho cine de terror contemporáneo.