
A esta altura, es casi imposible pensar en King Richard sin recordar el fuerte cachetazo que Will Smith le dio a Chris Brown. No me interesa discutir si estuvo bien o mal. No viene al caso. Pero, a veces, parece que Richard Williams, el protagonista de la película dirigida por Reinaldo Marcus Green, tiene algo en común con ese Will Smith en la ceremonia de los Oscars. Lo que impacta, o me impacta, es el sentido de omnipotencia que puede ser autodestructivo, cuando no destructivo también para los otros.
King Richard es la historia de Venus y Serena Williams, quienes se convirtieron en superestrellas del tenis gracias al exigente entrenamiento de su padre, un hombre que bien puede ser un tirano dada la ocasión. El retrato de Williams muestra a un hombre engañoso: en aras de convertir a sus hijas en campeonas, él mismo busca la gratificación y el reconocimiento que nunca tuvo.
Es un narcisista que cree que nunca se equivoca – como todos los narcisistas- y que cree o necesita creer que está obrando bien, cuando en realidad puede ser hasta cruel con su política del fin justifica los medios. Y la interpretación de Smith, compleja y con matices deliberadamente contradictorios, es merecedora del premio a Mejor Actor. Creo que es una de sus mejores papeles de toda su carrera, aunque la película no lo sea.

Es verdad que suma mucho todo el trasfondo del racismo imperante en la época, en el rechazo a que jóvenes mujeres sean jugadoras de tenis profesionales – a no ser que sean absolutamente extraordinarias, algo que no se les exige a los hombres. Y el detrás de escenas del mundo del tenis es quizás más interesante que lo que ocurre en primer plano. Es cierto, también, que las interpretaciones del elenco en general son precisas, convincentes. Estos personajes están vivos todo el tiempo, nunca son figuras de cartón.
Pero es aún más cierto que la película es tan previsible como formulaica. Una película de superación igual a tantas otras, que ya de por sí son más didácticas que provocativas. Con cierta tibieza, aunque esté disimulada, King Richard propone que nunca hay que abandonar los sueños porque tarde o temprano, se harán realidad. Todos sabemos que no es así. Y que eso haya sido verdad para las hermanas Williams no significa que pueda serlo para tantas otras personas. Solo habla de ellas dos, en circunstancias muy particulares, pero no representan a un todo. El problema insalvable es que King Richard nos quiere hacer creer que sí.