El poder del perro, de Jane Campion

A pesar de haber sido nominada para 12 premios Oscar, El poder del perro, de Jane Campion, solamente ganó el premio a Mejor Director. Y si bien es una desilusión que no haya ganado ningún otro premio, lo cierto es que el premio que recibió Campion es el más importante, luego de el premio a mejor película. Por otra parte, se sabe que muy pocas mujeres han sido nominadas para este premio en la historia de los Oscars. Una tradición poco feliz que parece haberse quebrado el año en 2011 con Kathryn Bigelow y The Hurt Locker, y después el año pasado, cuando Chloé Zhao ganó el premio a mejor director por Nomadland.

El poder del perro puede ser pensada desde diferentes puntos de vista: es un estudio de personajes, pero también es un thriller; es la crónica de toda una época a través de una premisa relativamente sencilla, es un drama con todas las letras, pero también un estudio sobre cuestiones de género, en particular sobre las masculinidades tóxicos. Lo genial de El poder del perro es que todos estos abordajes se superponen en capas que no solo no se separan las unas de las otras, sino que tampoco se notan las oscuras que las entrelazan. En este sentido, y en otros más, es una película notable en su cohesión narrativa y estética.

La historia en pocas palabras: el ranchero Phil Burbank (Benedict Cumberbatch), un hombre recio y poco amable, inspira respeto, cuando no miedo, en los peones que lo rodean y en otros también, sean sus empleados o no. Su hermano, Jesse, (Jesse Plemons) se enamora de Rose (Kirsten Dunst), una mujer un tanto desvalida y bastante infeliz, y casi inmediatamente se casa con ella y la lleva a vivir con él, junto con su hijo, Peter (Kodi Smit Mc Phee), un adolescente afeminado que pasará a ser blanco de burlas, un chico aparentemente inocente quien, al contrario de lo que piensan todos, se va a revelar como alguien no tan ingenuo.

El poder del perro transcurre en 1925 en Montana (pero fue filmada en Nueva Zelanda, quizás porque sus paisajes tan singulares tienen una cualidad ensoñada, casi surreal) y tiene un registro realista en lo que a sus personajes y sus conflictos se refiere, pero desde lo formal Campion elige alejarse un poco del realismo y su fotografía y sonido despliegan un mundo étereo y volátil. Sabemos, o intuimos, cómo son esos paisajes en la vida real, pero el refinamiento de la lente de Campion los trasforma y resignifica. Como si estuviéramos dentro de una cápsula con su propio tiempo y espacio, vivimos en su interior y compartimos el devenir de sus personajes.

Hay un tal Bronco Henry, que falleció hace ya muchos años, y es sin embargo una de las ausencias más presentes en toda la película, en particular en el recuerdo de Phil, ya que era su mejor amigo, la persona tan querida que le enseñó tantas tareas propias del campo. En realidad, es más preciso decir que Bronco Henry vive en el presente de Phil, hay aquí un duelo que nunca se clausuró. Hubo, también, un vínculo entre Bronco y Phil que iba más allá de una simple amistad, un secreto que le dio a Phil un sentido para su vida, que luego se perdió con la muerte de Bronco. Ese secreto inconfesable y culposo explica el resentimiento y el odio de Phil hacia sus propios sentimientos. Es su masculinidad la que tiene que defender a toda costa de su propia mirada castradora.

Eventualmente, Peter podría ser un nuevo Bronco Henry, aunque Phil tarde tanto tiempo en aceptarlo. Pero Peter tiene otros planes. En primer lugar, proteger a su madre a toda costa, verla feliz y sosegada. En segundo lugar, eliminar a todo elemento disruptivo, sea quien sea y del modo que sea. Peter puede parecer un pusilánime, pero no lo es. No es él el gran pusilánime de la película. Es aquel que se pone una coraza para no sentir quién es. El precio que paga es alto, mucho más de lo que se llegó a imaginar alguna vez.

Rose es esa mujer que da por sentado que no merece una vida mejor. Vulnerable pero lúcida, está acostumbrada a ocupar el lugar que le dieron, que no es precisamente entrañable. Pero no perdió la capacidad de confiar en el amor, de poder dar y recibirlo cuando aparece inesperadamente. Es eso lo que la salva y la transforma en la mujer que alguna vez fue, a pesar de su alcoholismo en ascenso, otro síntoma del abandono y soledad que vivió – en incluso vive- durante tanto tiempo.

El poder del perro también es una película de soledades, de personajes dejados a la buena de Dios en territorios áridos y aislados. Todos, absolutamente todos, necesitan a un Otro que los acompañe en su devenir. Aunque quizás no explícitamente, la soledad cala hondo y no perdona. Es, de hecho, la peor compañera. No es fácil armar vínculos, ni para estos personajes ni para nadie, pero es la única posibilidad de permitir que los afectos entren en contacto. Porque queda muy claro que quien los rechaza, se está rechazando a sí mismo.

En cuanto al thriller, es mejor no decir nada. Porque aparece sigilosamente, evoluciona sutilmente y luego sale a la superficie de un modo muy contundente y muy orgánico con todo lo que ocurrió y ocurre en estos parajes que son hermosos, de montañas y prados imponentes, pero de una u otra manera, también son muy hostiles. Nada ni nadie tienen una sola cara en El poder del perro. De a poco, los matices van a crear un cuadro donde el todo y el detalle importan por igual hasta el punto que no se puede pensar al uno sin el otro.