R.J.Walsh, de Fermín Rivera

“R.J.W., el título del documental, hace mención (además de la afición por las claves de Rodolfo) a Walsh antes de ser Walsh. El Walsh no tan transitado, que no nació héroe ni escritor, sino que se fue construyendo en un lento proceso de transformación. Un Walsh que puede resultar incómodo con sus artículos a los aviadores. Un Walsh ecléctico que nos da la pauta de su metamorfosis. El Walsh que dice que su historia es la historia de la Argentina”, señala Fermín Rivera, guionista, director y productor de un documental que, efectivamente, revela aristas no tan conocidas – al menos no para el gran público – de uno de los más grandes escritores que ha tenido Argentina a lo largo de toda su historia.

Minucioso en su narrativa, atento a todo detalle y definitivamente comprometido con su protagonista, el documental de Rivera reúne una serie de testimonios de quienes lo conocieron de cerca y de aquellos otros que estudiaron su transitar desde sus primeros años de vida hasta los días de Operación masacre. Incluye imágenes de archivo de la época – algunas ya muy vistas, como las de los bombardeos a la Plaza de Mayo con el objetivo de derrocar a Perón – y otras que revelan un Walsh que no conocíamos. E incluye dibujos que funcionan como reconstrucciones, a veces con demasiada frecuencia, de un modo casi automático.

Quizás lo más interesante de R.J.W sean las fotografías de su infancia y juventud que capturan, con espontaneidad y frescura, a un Walsh en crecimiento, en todos los sentidos. Es ese costado más humano, más cercano, el que nos llega de una manera más pregnante. Por otra parte, tal como Rivera señala, es apasionante conocer al Walsh que existió antes del Walsh famoso.

Por eso, el problema estructural del documental no está en sus contenidos, sino en su forma. Es demasiado convencional: testimonios en primeros planos, fotos, imágenes de archivo, dibujos, y la secuencia se repite de principio a fin. No hay ningún juego innovador ni audaz con los elementos del lenguaje cinematográfico, y tampoco es contundente en su convencionalidad – entre otras cosas, por un problema en el ritmo y un montaje no muy inspirado.

Dicho esto, también es cierto que uno va a saber más de Walsh y eso se agradece. El lugar donde el director posa su mirada es original y hasta provocativo; suscita preguntas sin respuestas fáciles y evidencia las contradicciones de un hombre complejo y extremadamente inquieto. En este sentido, nada hay que reprocharle a este abordaje. Menos aún a algunas de sus conclusiones tan esclarecedoras. Ahora, Walsh está más cerca de todos nosotros.