
Tenía ganas de que me gustara la nueva entrega de Scream – también llamada Scream 5. En mayor o menor medida, me gustaron todas las anteriores, la primera la mejor de todas. Claro que estaban todas dirigidas por Wes Craven y algunas escritas por Kevin Williamson. De ahí la coherencia y renovación de cada entrega de la saga. Como todos sabemos, Craven falleció en 2015 y Williamson no participó del guión de esta última entrega, dirigida por Matt Bettinelli-Olphin y Tyler Gillet, y escrita por James Vanderbilt y Guy Busick.
Curiosamente, Vanderbilt escribió al menos cuatro buenas películas: El asesino del zodíaco, El sorprendente hombre araña 1 y 2, y La verdad – hizo otras que son simplemente mediocres. Y por su parte, Busick escribió Boda sangrienta, que también es muy buena, y está dirigida por… Mat Bettinelli-Olphin y Tyler Gillet. Entonces, ¿a quién hay que echarle la culpa de que esta nueva Scream sea tan poca cosa?
Potencialmente, la premisa no es mala. Para empezar, no es una secuela, es una recuela. O sea una reinterpretación/secuela, un híbrido como Halloween Kills. Porque hay una combinación de personajes: los del legado de Scream, es decir los fundantes (vuelven Neve Campbell, Courteney Cox y David Arquette) y se juntan con los nuevos, todos jóvenes: Melissa, vivaz y superficial, nacida en Woodsboro y con un pasado trágico; Jenna, su hermana menor; Tara, fan del terror más elevado en vez de los slashers metanarrativos convencionales, como Stab (Puñalada), el alter ego autorreferencial de la saga Scream. Y después van a ir apareciendo unos cuantos más.

Porque el gran conflicto es que, 25 años después, nuevos crímenes están asolando Woodsboro y, al parecer, el asesino es un copycat de Ghostface (que, en realidad, era dos asesinos). No se sabe si este nuevo Ghostface es uno o dos, pero lo que sí se sabe es que es esencial que vuelvan los personajes fundantes para que, junto con los nuevos, pongan fin a los asesinatos. Y ya que estamos, no estaría mal matar al nuevo Ghostface.
Y el gran conflicto de esta nueva Scream es que el pasado trágico de Melissa es tan rebuscado como caprichoso, carga a la película de una gravedad y solemnidad que ninguna de las anteriores entregas tenía. Ahora apenas hay espacio para el humor y el recurso metanarrativo ya está casi agotado. No da miedo ni genera tensión saber de antemano qué puede llegar a pasar. Uno siente que está en un loop, pero no en un buen sentido, y quiere salir cuanto antes.
Pareciera que los actores tampoco desean estar en la película, a juzgar por sus interpretaciones genéricas, cuando no insípidas. Incluso cuando sus personajes se interrelacionan, en más de una ocasión están medio desconectados. Tampoco ayuda que eventualmente todo sea explicado y atado con un moñito. Y menos todavía que Scream dure casi dos horas cuando lo que se cuenta es tan superficial y redundante.
Pero, para ser honestos, digamos también que las muertes funcionan siempre, como en las entregas previas. No es que, a esta altura, eso sea algo difícil de lograr, pero es reconfortante ver que están tan bien ejecutadas, con los excesos necesarios. Incluso hay una sorpresa realmente inesperada. También las persecuciones y las secuencias de acción le hacen justicia a la saga. Y, de vez en cuando, alguna que otra sonrisa se escapa frente a lo absurdo, voluntariamente o no, de un par de escenas. Y hasta ahí llegamos.
