
“En el año 1986 explotó una central nuclear en Chernobil, Ucrania, provocando una ola de radiación por casi toda Europa. Miles de personas fueron afectadas. Mientras tanto, del otro lado del mundo, Cuba se preparaba para la inminente caída de la URSS, su principal socio y sostén económico”, señala Ernesto Fontán acerca de su esclarecedor documental Tarará – La historia de Chernobil en Cuba.
Y agrega:”Cuba, a pesar de todas las adversidades, recibe durante 20 años a más de 26.000 niños ucranianos, rusos y bielorrusos enfermos para brindarles tratamiento médico gratuito. Médicos, traductores y personal de la salud se comprometieron día y noche al cuidado de estos pequeños, quienes pasaron a formar parte importante de sus vidas”.
Tarará es, antes que nada, un documental de carácter informativo, hasta didáctico, si se quiere. Esclarece un escenario desconocido para muchos, contiene elocuente material de archivo, imágenes inéditas y una profunda sensación de verdad. No hay que reprocharle que su mirada sea tan benévola para con el régimen de Fidel, que no existan zonas oscuras en este panorama de inmensa colaboración y gran altruismo que Cuba mostró a la hora de recibir a los las familias ucranianas, rusas y bielorrusas.
Fundamentalmente, porque la intención del realizador no es la de poner en crisis un estado de situación general o, al menos, tamizar todo lo loable con una pequeña dosis de crítica constructiva. Aquí, de lo que se trata, es de observar el proceso de adaptación de estas familias, de cómo se asimilaron a otra tierra, de cómo recibieron el auxilio que merecían y necesitaban. Y, claro está, de cómo Cuba fue la pequeña gran isla que acudió al llamado de los indefensos.
A través de entrevistas con quienes fueron actores sociales de los hechos de ese período tan arduo, Tarará brinda un caleidoscopio de colores sin fin al abordar cada aspecto de la historia y la Historia. Los fragmentos de testimonios, si bien son filmados de una manera muy convencional, son elocuentes y contundentes. Nos permiten imaginar cómo fue lo que le falta al material de archivo. Y nos acercan al lado más humano, lo más personal de ese período tan conflictivo.
Ahí reside el valor de Tarará. No en el terreno de lo formal, que es elemental y sin ningún tipo de innovación estética ni narrativa. Pero a no confundirse: eso no significa que sea una película llana, aburrida, hecha así nomás. Simplemente, por elección del realizador, en forma voluntaria o no, es el contenido lo que sobresale por sobre la forma fílmica. Tomando esto en cuenta, vale la pena verla.