
“Como directora me motivó realizar una película que lleva a los espectadores hacia una trama que quiera desentrañar, con empatía para con los personajes, deseando justicia para ellos y cuando los hechos son irreversibles, nos quede la justicia poética de las imágenes”, señala Alejandra Marino (Vivir la vida) acerca de su nueva película, Ojos de arena.
La nueva película de Alejandra Marino (Hacer la vida) tiene como eje central un tema tan actual como desgarrador: la trata de personas. Lejos de una mirada aleccionadora o condescendiente, Ojos de arena elige ser descriptiva y crítica. Y lo logra, sin golpes bajos ni simplismos. Marino y su co-guionista, Marcela Marcolini, lo observan todo desde una distancia óptima: sin invadir a sus personajes, pero tampoco dejándolos solos.
Carla (Paula Carrega) es una psicóloga que trabaja en una fiscalía y sufrió la desaparición de su hijo mientras, a su vez, protegía a una chica víctima de trata. Como suele ocurrir, este trauma indeleble generó la separación de su pareja, Gustavo (Joaquín Ferruci). A partir de encontrar una foto de una chica desaparecida en la misma fecha, los dos emprenden una investigación para intentar dar con el paradero de su hijo.
A diferencia de Hacer la vida, Ojos de arena es una película despareja. Pero también es verdad que en términos formales está mejor resuelta. Incluso su guión, más laberíntico y relativamente enigmático, está más elaborado. Pero es en el devenir de los acontecimientos donde la película encuentra sus falencias: en cierta falta de fluidez entre secuencias, en la dificultad – a veces – de amalgamar géneros muy diferentes entre sí – thriller más drama intimista, más denuncia política, más drama social, más algunos estilemas del cine de terror.

Hacer algo así es una apuesta arriesgada y el resultado podría haber sido un desastre. No lo es. Porque en buena medida el tono general se mantiene, y por eso mismo es tan notorio cuando se quiebra en más de una oportunidad. Al igual que las interpretaciones, no todas son convincentes, no todas están en el mismo rango. Pero cuando funcionan, por ejemplo en los casos de Paula Carrega y Victoria Carreras, el resultado es afín al espíritu y la forma de la película.
Probablemente sea el tercer acto cuando las virtudes de Ojos de arena son más notables: cuando una vieja mansión, señorial y un poco abandonada a la vez, se convierte en un escenario enrarecido con un aire sobrenatural y un aura siniestra. Y es aquí también cuando la fotografía – desde el encuadre hasta la iluminación, y pasando por la composición – adquiere su cualidad más expresiva y narrativa. Todo es más palpable. Más envolvente como drama misterioso y doloroso. Y es aquí cuando los géneros sí se funden con más armonía.