Chuva é Cantoria na Aldeia dos Mortos, de João Salaviza y Renée Nader Messora

Luego de una recorrida por diversos festivales internacionales donde ganó numerosos premios – el Premio del Jurado en la sección Una cierta mirada, en Cannes, los premios a mejor director y mejor fotografía en el Festival de Río, los premios a mejor película en el Festival de Lima – la película brasileña/portuguesa Chuva é Cantoria na Aldeia dos Mortos, dirigida por João Salaviza y Renée Nader Messora ha sido recientemente estrenada en la plataforma argentina puentes de cine. Y es, sin duda, una ocasión para celebrar.

En el norte de Brasil, un joven indígena Krahô llamado Ihjãc tiene  pesadillas recurrentes desde que su padre falleció. En el pequeño pueblo donde vive Krahô hay un bosque que lo circunda y la noche es calma. Pero, también, cuando los vivos duermen, el  bosque se despierta. Y es entonces cuando Ihjãc escucha, así de la nada, una canción lejana que atraviesa las palmeras. Es la voz de su padre que ya no está, pero sin embargo llama a su hijo ya que ha llegado el momento para organizar la ceremonia fúnebre y su duelo. Así, el espíritu de su padre podrá llegar al pueblo de los muertos.

En el 2009, la  directora Renée Nader Messora se puso en contacto,  por primera vez, con los indígenas Krahô. Desde ese momento hasta el día de hoy, Renée Nader Messora trabaja con la comunidad, participando en la movilización de un colectivo local de cineastas de Krahô. El foco de su trabajo gira alrededor del uso del cine como herramienta para la autodeterminación y el fortalecimiento de la identidad cultural.

El discurso político de Chuva é Cantoria na Aldeia dos Mortos da cuenta del trabajo de la directora y su co-director, João Salaviza, al explorar de un modo cercano y respetuoso cómo los Krahô mantienen su cultura, le rinden homenaje, la pasan de generación en generación. Aún con sus adversidades, esta es la vida que quieren tener y preservar. Y se los ve orgullosos.

A la vez, hay cierta contradicción, esperable y más que interesante, con los deseos de Ihjãc. Se siente cercano a su pueblo, por supuesto, pertenece a su comunidad y su corazón así lo demuestra. Pero, a veces, también tiene cierta curiosidad, o quizás sea necesidad, por habitar en el pueblo circundante y quizás vivir parte de su rutina, por más que sea casi inexistente.

Y cuando se siente enfermo encuentra la oportunidad para ser llevado al pueblo para ser atendido por los médicos. Pero resulta que  Ihjãc es hipocondríaco (¿quién lo hubiera pensado?) y aunque los médicos lo dejan ir luego de atenderlo, él no se quiere volver a su aldea. Pero quedarse tampoco es fácil. Así comienza otro viaje, no exterior sino interno.

Chuva é Cantoria na Aldeia dos Mortos nos abre las puertas a un universo que, para la mayoría de nosotros, es desconocido. Se nos presenta como un híbrido entre el documental y la ficción – o al menos eso parecería, aunque saberlo con certeza no cambiaría su esencia.

Los premios que la película recibió por su fotografía son bien merecidos. Una vez más, la fotografía bien entendida no es aquella que es bella per se, sino aquella que encuentra la belleza – o la fealdad o lo que fuere – que mejor refleje y cree los climas de los espacios que la narrativa pide. Aquí hay belleza, sí, pero es rugosa, árida. Ocasionalmente, es más pulida. En el pueblo los tonos son oscuros y apagados, en la aldea la paleta es exactamente la opuesta. No son necesarias las palabras para demarcar estos dos mundos.

De hecho,  Chuva é Cantoria na Aldeia dos Mortos no recurre mucho a la palabra, apenas para dar cuenta de las atrocidades cometidas por los conquistadores décadas atrás, para hablar de los ritos funerarios,  para caracterizar un poco a los personajes. Para todo lo demás, está el elocuente y vivaz diseño visual y sonoro. Y en este entorno tan subyugante, es más que justo que sean las imágenes las que tengan todo el protagonismo.