
Gracias a la recomendación de mi hermano Julián – otro gran amante del cine de la familia – finalmente me decidí a ver The Devil All the Time, léase El diablo a todas horas, un nuevo estreno de Netflix dirigido por Antonio Campos y basado en el best seller de Donald Ray Pollack.
La traducción al español del título original no está mal. Pero, en mi opinión, es mejor El diablo todo el tiempo, es más contundente y más seca. Creo que interpreta mejor lo que la película es. O será que a mí me gusta más. El título original me sonaba demasiado ambicioso, hasta un poco pretencioso. Sentí que era uno de esos títulos que llaman la atención de inmediato pero que, al empezar a ver la película lo que se pierde de inmediato es el interés.
No podría haber estado más equivocado. Es que me encontré con una gran película. Así de simple. Esas raras películas que tienen una trama poco predecible, una ideología sólida e inclaudicable, y un rigor estético y narrativo dignos de admirar. Me gustó tanto que la vi dos noches seguidas y pronto la voy a ver una vez más.

“Cómo y por qué tanta gente de esos míseros lugares terminan vinculándose tiene mucho que ver con nuestra historia. Algunos dicen que fue por pura casualidad, mientras que otros jurarían que fue la voluntad de Dios. Pero yo diría, ya sabiendo cómo terminó todo, que fue un poco de las dos cosas”, señala la cansina y sabia voz en off del narrador omnisciente, el propio Ray Pollack. Y de ahí en más comienza un derrotero sin fin.
Que lo que pasa tenga que ver con la voluntad de Dios es muy dudoso. Porque todo lo que ocurre, o casi todo, es a raíz de los actos de personas que desesperadamente buscan que Dios los escuche. Sin embargo, Dios ha muerto y sus fieles ni se enteraron. Ellos siguen creyendo. Aunque sientan la angustia del vacío más profundo. Es eso lo que no soportan.

Es que es el diablo el que está presente todo el tiempo durante los durante los 218 minutos de esta historia. Claro que no es un diablo con cuernos, ojos de fuego, olor a azufre ni nada de eso. No es El Diablo. En cambio, es ese diablo que todos llevamos dentro de nosotros y contra el cual luchamos todo el tiempo. Pero la lucha es fútil y, al fin de cuentas, victimarios y víctimas terminan en el mismo lugar.
The Devil All the Time transcurre entre el final de la Segunda Guerra Mundial y la escalada militar en Vietnam, en pequeñas zonas rurales y muy pobres del Medio Oeste, más precisamente en Ohio y West Virginia. Aquí es donde se entrelazan las vidas de un puñado de personajes librados a su (mala) suerte, condenados por sus decisiones y por el destino. Si no fuera por un dejo de esperanza que aparece sobre el final, estaríamos frente a una tragedia con todas las letras.

Arvin (Tom Holland), el hijo de un desequilibrado veterano de la Segunda Guerra (Bill Skarsgard), lucha por proteger a su hermana (Eliza Scanlen), mientras se pregunta qué va a ser de su vida. En lo más siniestro de este mundo están un asesino serial y su esposa (Jason Clarke y Riely Keough), quienes levantan hombres y mujeres que hacen dedo en la ruta para someterlos a atrocidades varias. No dejemos de lado al nuevo predicador (Robert Pattinson), quien de cristiano no tiene nada y es un fiel reflejo de muchos sacerdotes y reverendos de hoy en día. También está Mia Wasikowska, interpretando con soltura un personaje que poco y nada tiene que ver con su filmografía.
Y aun con interpretaciones de primera línea, ningún actor eclipsa a los demás. Cada uno se funde en un todo armónico en su registro y su tono. Es decir, exactamente como en algunas películas de Robert Altman. Incidentalmente, The Devil All the Time también comparten la narrativa sinuosa, con sus idas y vueltas, de unas cuantas películas de Altman. Al mismo tiempo, se respira un aire al Terrence Malick de los ’70, más Days of Heaven que Badlands, en su retrato de seres viviendo en el medio de la nada y en la miseria. Sobre todo, dentro de un entorno hostil que los expulsa. Estéticamente, no pude dejar de pensar en la melancolía y la soledad de las pinturas de Edward Hopper.
Y si parece que son demasiadas las influencias, lo cierto es que no lo son. Porque Campos sabe muy bien cómo rescatar las miradas de estos otros artistas, pero la que se impone es la suya. The Devil All the Time tiene una identidad propia que se reconoce en cada plano, cada escena, cada secuencia. No solo en sus temas, sino en su diseño visual y sonoro tan refinados y realistas a la vez. Por eso está tan viva.
