
“Quería contar una historia desde el punto de vista de unos laburantes, mientras afuera se está yendo el país al tacho. Al mismo tiempo, armar un personaje que en su juventud militó en los 70 por las ideas de un mundo más justo y que fue arrasado no solo por la dictadura si no por todo lo que vino después», señaló Federico Sosa en una entrevista con Télam acerca de su cuarta película, Tomando estado, filmada en Suipacha y recientemente estrenada en la plataforma de Cine.Ar.
Estamos un par de meses antes del final del 2001 y la terrible crisis que vive el país ya se nota por todos lados. Carlo (Germán de Silva) y Nicola (Sergio Podeley) son trabajadores de una cooperativa que brinda energía eléctrica a muchos pueblos de la provincia de Buenos Aires. En medio de la lucha cotidiana para mantener sus trabajos, surgen dos hechos que van a proponer un cambio en las vidas de los operarios.
Por un lado, llega Victoria, una joven que viene de la capital para trabajar en la radio del pueblo. No pasa mucho tiempo hasta que ella y Nicola comienzan una relación cariñosa y reconfortante. De hecho, también es todo un aprendizaje para Nicola, poco acostumbrado a entregarse y a bajar las barreras cuando de vínculos amorosos profundos se trata. Por otra parte, Carlos recibe la llamada de un viejo compañero de militancia. Y con esa llamada vuelven los recuerdos de un pasado que había quedado en el olvido, un pasado lleno de ideales que se ya no existe más.
Tomando estado es una película que despliega una mirada comprometida y juiciosa al examinar ese terrible 2001 y sus consecuencias a corto, mediano y largo plazo. Nada nos puede resultar ajeno ya que en Argentina los procesos históricos que dejan al país bien al borde del abismo se repiten una y otra vez, como si estuviéramos en un loop. Por eso el pasado se convierte en presente y el futuro alberga un escenario similar. Esa es la parte dolorosa de la película de Federico Sosa.
Hay otra parte un poco más luminosa, aunque la felicidad sea presente solamente como retazos. Es que es los afectos de estos personajes donde se puede encontrar algo de bienestar. Es en la camaradería y en la amistad donde el sinsentido pierde fuerza. Es ahí donde reaparece la voluntad de lucha. Aún cuando el final ya está escrito. Lo que no está escrito, más bien todo lo contrario, es que hay vínculos que se fortalecen frente a la adversidad. Se tornan imprescindibles para no tirar la toalla.
Como siempre, Germán de Silva brinda una interpretación muy afinada que disimula algunos rasgos genéricos de su personaje. Desde y a través de él se dejan ver situaciones sociopolíticas que intentan generar una progresión dramática por acumulación. En algunas zonas de la película estas situaciones se resuelven bien, son verosímiles. Otras veces, no tanto. Y ese es uno de los problemas centrales del guión: es un poco desparejo. Porque una cosa es la repetición como estrategia narrativa o estética, y otra cosa es la redundancia en el discurso.
Visualmente, lo mejor está en la fotografía en exteriores al describir no solo un mundo, sino también de un estado de ánimo general. Las mañanas, los atardeceres y las noches crean una atmósfera con un poco de nostalgia y un aire de tristeza.
Tomando estado, con su aura de actualidad y su voluntad de seguir apostando, es una película necesaria. Mantener la memoria viva es la única posibilidad, y hasta por ahí nomás, de dar una vuelta de timón. Los trabajadores podrán ser explotados, pero no por eso se van a quedar esperando sentados.
Tomando estado (Argentina, 2020)
Escrita y dirigida por Federico Sosa. Con Germán de Silva, Sergio Podeley, Verónica Jerez, Chang sung kim, Federico Liss, Elvira Onetto, Malala Olivares, Emilio Bardi. Fotografía: Alejandro Reynoso. Montaje: Laura Palottini, Alberto Ponce. Sonido: Pablo Orzeszko. Música: Santiago Pedroncini. Duración: 83 minutos.