Silvia, de María Silvia Esteve

Lo que más recuerda uno después de haber visto el documental Silvia es la personalidad compleja y el derrotero tortuoso que dejaron marcas indelebles en el entorno de la protagonista. Porque Silvia fue una mujer que supo construir una familia aparentemente perfecta que eventualmente revelaría sus secretos y dobleces. Fue una mujer fuerte, determinada, pero también frágil y muy lábil emocionalmente. Una mujer amorosa con contradicciones en su capacidad de dar y recibir afecto. Tampoco fueron pocos las profundas problemáticas psicológicas que tuvo que enfrentar, no siempre de la mejor manera. De ahí tanto sufrimiento.

Silvia, el documental, está escrito y dirigido por su hija, María Silvia Esteve, y apunta a conjurar la presencia elusiva de una madre que falleció rodeada de interrogantes. Es esta ausencia, entonces, la que articula un relato que recurre a material de archivo – fotografías y videos hogareños – , la voz en off de la realizadora y su hermana, el juego con las imágenes y un montaje más bien asociativo. No se trata de ordenar la historia de principio a fin, sino de utilizar los fragmentos y permitir que el espectador construya sus propios sentidos tomando como referencia el punto de vista de la realizadora.

En otro nivel, para María Silvia Esteve esta obra puede ser una posibilidad de exorcizar fantasmas del pasado y de reconciliarse, de saber más para poder entender mejor. Es indudable el valor humanista y personal que tiene el documental. Desde lo cinematográfico hay momentos que son conmovedores, otros que sorpresivamente revelan facetas que uno ni se imaginaba, una puesta escena de lo social y lo político que ocasionalmente va más allá de lo personal y una cercanía con sensación de verdad. No es poco.

Pero, al promediar el relato, algunas de estas virtudes se convierten en problemas, aunque esto suene paradojal. En el orden de lo narrativo, Silvia se puede tornar redundante. No parece que la idea sea que la idea sea trabajar por acumulación, que daría lugar a nuevos significados. Aún si esa era idea, no funciona. No suman los recuerdos que son meramente anecdóticos. El montaje es exitoso como estructura general, y hasta tiene momentos brillantes, pero 103 minutos son demasiado para una historia que muy probablemente se podría haber contado en 80 minutos. Tarde o temprano, el foco se pierde. Y la voz en off en algun momento agota.

Aún a medio camino entre sus aspiraciones y sus logros, Silvia es un documental sensible y cálido, es una opción más a tener en cuenta a la hora de ver qué está explorando el cine argentino independiente.