
El documental de Franca González, Vinci/Cuerpo a Cuerpo bucea en la personalidad del escultor desde una mirada intimista y descontracturada, y explora buena parte de su obra. Y lo hace a la perfección. Más aun considerando que González no construye su documental para quienes están versados en las bellas artes, sino para una audiencia general – lo que no quita que quienes ya conocen a Vinci, ahora van a saber más.
¿Por qué elegiste a Leo Vinci para tu nuevo documental?
Luego de estrenar “Miró. Las huellas del olvido”, un film realizado en co-producción internacional con todas las exigencias burocráticas de los largometrajes de audiencia media, supe que quería volver a sumergirme en el documental de autor sin condicionamientos, allí donde el nexo entre el que filma y el filmado se construye en plena intimidad y complicidad. Donde la libertad para contar es absoluta y se puede aprender de los errores sin perder en ese intento una parte considerable del presupuesto.
Ese proceso interno de agotamiento en cuanto a los métodos de producción me llevó a tener ganas de contar una historia factible desde mis posibilidades de acercamiento. Un relato en el que lo más valioso fuera el tiempo dedicado a conocer a mi personaje, a generar un vínculo de confianza, a filmarlo sin apuros ni grandes equipos de rodaje.
¿Y como conociste a Leo Vinci?
Cuando nos conocimos, Leo estaba por cumplir 90 años. A comienzos del 2019 soñaba con recuperar varias obras creadas a lo largo de su vida, y conservarlas para siempre bajo el techo de su casa taller. La tarea parecía titánica. Vinci realizó más de 200 esculturas que hoy forman parte del patrimonio de museos, espacios públicos, gobiernos, universidades y colecciones privadas de diferentes partes del mundo.
Leo pretendía ir al rescate de esos originales, crear nuevos moldes a partir de ellos y hacer una réplica de cada obra. Esa réplica sería lo que devolvería a sus actuales poseedores, teniendo en cuenta que en escultura, hasta la 7º reproducción de una misma matriz se considera “original”. Uno de sus fundamentos era que la mayor parte del patrimonio escultórico argentino no está en el país y que es necesario recuperarlo. Yo presentía que había otros motivos más profundos en ese afán, pero que no era fácil para él ponerlos en palabras.

Luego vino la pandemia, ¿y entonces?
Esa posible línea narrativa – seguir a Leo en ese sueño de demiurgo viajero – quedó trunca con la pandemia, el confinamiento y la crisis económica.
De todos modos, lo intrínseco de su sueño, me permitió tomar conciencia de que lo que lo más me interesaba explorar eran esas preocupaciones más ocultas y sensibles. Atravesar la capa de lo concreto para adentrarnos en sus emociones, en la porosidad de las imágenes, en la escucha atenta de lo no dicho.
¿Qué rasgos de Vinci como artista te resultan más interesantes?
Había muchas cosas que me atraían de Leo Vinci como posible protagonista de un film: Su concepción ética del arte. Su pasión por la vida y por su trabajo; su sentido del humor y de la solidaridad; su pasado militante y siempre comprometido con el otro.
No menos importante para mí fue tomar conciencia de que Leo había atravesado activamente la mayor parte de un siglo XX convulsivo y que lo que tenía para contarnos era maravilloso.

¿Qué le pareció la propuesta a Vinci?
Un día, le propuse hacer un experimento: una versión cinematográfica de un año de su vida, filmando todos los meses algunos días – una especie de diario fílmico – siguiendo pistas que no hubiéramos podido planificar.
Ante esto, Vinci me frenó en seco: “¿pero vos qué querrías contar con esta película?” Defensor empedernido del sentido de las imágenes y las formas, Leo siempre cuestionó el hecho estético en sí mismo y exige que cada obra tenga algo en particular que la motive, que la sostenga.
Me llevó unos días poder responderle: “Quisiera documentar el imaginario de un escultor que a los 90 años lucha contra el tiempo sin dejar pasar un solo día sin crear algo nuevo. Pero también, me interesaría desentrañar ese impulso que lleva a un hombre a dejar un trazo, una marca, un testimonio”.
¿Por qué hacer este documental para una audiencia general y no exclusivamente para una versada en las bellas artes?
En el documental existe una especie de dialéctica entre la persona real que está siendo documentada y el personaje en que esa persona se transforma por obra del trabajo cinematográfico. Ese tironeo se da entre lo específico y lo simbólico. En ese sentido, Leo Vinci, el reconocido escultor, en esta película se convierte en un personaje, en un símbolo que lo trasciende: un hombre que ha dejado un registro de su vida a través de sus obras durante más de 70 años.
La vida de Vinci es como un río subterráneo que fluye debajo de la superficie, saliendo a la luz aquí y allá, en episodios marcantes que dan a la película una línea vertebral y que deja al espectador con la sensación de haber asistido al develamiento de una vida.
Nunca me interesó hacer películas para círculos reducidos de público, para élites intelectuales o artísticas. Leo es un Hombre que Hace. No hay nada más universal ni fácil de descifrar que ese concepto.

¿En qué aspectos creciste como documentalista luego de hacer Vinci/Cuerpo a Cuerpo?
En poder confiar más en mí y en mi intuición. En desentenderme de ciertos preconceptos cinematográficos y tironeos estéticos que a veces condicionan el modo de narrar.
¿Cuáles son algunas de tus obras favoritas? (aquí, si podés, ponéle un par de líneas a cada escultura como para que el lector sepa de qué se trata la obra).
Leo Vinci realizó una cabeza en movimiento para recordar al gran bailarín argentino Jorge Donn. La escultura fue pensada para la plaza del Teatro Colón, pero por diferentes razones nunca llegó a destino. Gracias a la película, dejó de ser una obra inédita. Cuando le pidieron la creación de este busto, Leo dijo: “¡Una cabeza para un bailarín! ¿Cómo llegar a darle movimiento?” Por eso además del cabello al viento le diseñó un pedestal inclinado.
Otra de las esculturas que más me gustan es “Decisión”, una talla en madera que recibó el Gran Premio de Honor del Salón Nacional de Artes Plásticas de 1987. Esta obra, desde entonces, forma parte de la colección pública del Palais de Glace. Como el Palais de Glace está cerrado al público desde años, “Decisión” duerme en los sótanos de la Manzana de las Luces, rodeada de otras piezas escultóricas de inmenso valor. Gracias al documental, logramos que la montaran para nosotros en uno de los patios de la manzana de las luces.



