Me busco lejos, de Diego Lublinsky

“La historia de mi familia ha estado hecha de huídas, de persecuciones, y de nuevos comienzos”, señala la voz en off de Diego Lublinsky (Hortensia, Amor urgente) en los primeros minutos de Me busco lejos, su documental intimista que sigue las idas y vueltas del periplo que realiza su cuñada, Graziele, una chica de 20 años que busca construir su identidad  lejos de casa. Por otra parte, su  pasaje de la adolescencia a cierta madurez adulta se entreteje con el relato en primera persona del realizador,  quien indaga en su presente y su pasado, en su infancia y en lo que vino después, para entender mejor su propio devenir.

Graziele nació y vivió toda su vida en una pequeña isla muy cerca de Río, aunque jamás visitó la ciudad, ni esta ni ninguna otra. Con la llegada de Bolsonaro al poder y tras asumirse como lesbiana, Graziele decide abandonar la isla e irse a vivir a Buenos Aires porque “esto ya no da para más”. Llega con muy poco dinero, sin muchos conocimientos para ofrecer al mercado laboral, y dice que va a estudiar en la universidad. Sin poder pagar alojamiento, se hospeda en la casa de Lublinsky y su familia  durante unos cuantos meses, hasta que la convivencia resulta ser un tanto complicada, aún con  compañía  y afecto.

Me busco lejos interroga a Graziele mientras ella se interroga a sí misma.  Su voz es clara y emotiva,  su mirada es un poco melancólica pero también vivaz.  Su deseo urgente de irse de Brasil la saca de su casa de toda la vida para vivir en un afuera promisorio, pero desconocido. Una vez en ese afuera que es Buenos Aires, se repliega, se retrae, y no sale de su nuevo hogar durante al menos dos meses. Y eso que todavía no llegó la pandemia.

Así de compleja, incluso contradictoria, es Graziele. Imposible definirla en pocas palabras, ni ella misma puede hacerlo. Su persona es una construcción en progreso, incluso cuando parece que no le pasa nada – pero nosotros sabemos que siempre le pasa algo. Su sensibilidad, que se siente innata, se fusiona con la de un realizador que sabe dónde y cómo mirar(se).  Cuando investiga su historia, Lublinsky se anima a hacer preguntas que pueden llegar a tener respuestas poco gratificantes, hasta dolorosas. De todos modos, sin solemnidad y con sentido del humor, no deja de preguntar. Y de escuchar. También nosotros los escuchamos mientras los vamos conociendo.

En este presente continuo con reminiscencias de tiempos pasados, los relatos de Graziele y Lublinsky se traducen en un juego de espejos. Sus historias confrontan imágenes diferentes, pero sus reflejos son los mismos. Son lo que aparecen cuando se corre el velo. Solo así se puede saber cómo es que uno ha llegado a ser quien es.