La herida y el cuchillo, de Miguel Zeballos

«La herida y el cuchillo» es varias cosas, o por lo menos tres: un documental, una ficción y un ensayo. Un documental sobre el proceso creativo de los últimos cinco años de Emilio García Wehbi, una serie de escenas de ficción que dialogan con su trabajo, y una suerte de ensayo sobre el cuerpo”, dice el cineasta Miguel Zeballos (Un continente incendiándose) acerca de su nueva película que se estrena este jueves 30 en el Cine Gaumont.

A los pocos minutos de La herida y el cuchillo ya se advierte una cualidad que era distintiva en Un continente incendiándose: la mirada precisa de Zeballos para ubicar la cámara en el lugar exacto para registrar un fragmento que da parte de un todo. Esta operación de carácter metonímico aleja al documental del terreno de lo convencional que siempre pretende abarcar el cuadro general, como si eso fuera garantía de verdad. Verlo todo no significa ver bien y Zeballos entiende que la mirada tiene que estar ese espacio donde hay descubrimiento, en los intersticios que a primera vista pueden parecer poco significativos.

Fundiéndose con lo documental, que registra el devenir del multifacético proceso creativo del fundador del legendario El periférico de objetos, hay una serie de escenas de ficción que se representan en instalaciones, y también hay performances, que son esenciales para apreciar la obra de este artista. Son escenas donde cuerpos vestidos se desnudan y se embarran, se mueven rítmicamente o se quedan quietos de golpe, se buscan o se expulsan, con actores que se inhiben o se expresan. Así, los cuerpos hablan y se callan, una y otra vez. Pero … ¿serán éstas las escenas documentales? ¿O serán ficcionadas?

Es que es imposible diferenciarlas. Lo mismo ocurría con los cruces entre documental y ficción de Un continente incendiándose. Y no importa qué es qué porque justamente estamos hablando de un híbrido. Lo que sí importa es que la forma narrativa de La herida y el cuchillo funciona en espejo con la dinámica del objeto que explora. Por eso también el montaje cumple una función vertebral. Acompasado y exacto, los cortes operan sobre los fragmentos, cuando el plano ya duró el tiempo suficiente para lo que tiene que narrar, ni más ni menos. No hay morosidad alguna y mucho menos apuro.

Así, el espectador de La herida y el cuchillo puede ser un testigo privilegiado del backstage, un espectador que ve bien de cerca pero nunca invade. Y es un espectador que también encuentra su equivalente en los espectadores que asisten a las funciones de la troupe de García Wehbi. Otra vez, un juego de espejos.

Hay otro punto a favor que habla del muy buen criterio con el que Zeballos aborda al objeto que explora. A diferencia de tantos documentales argentinos de los últimos años, en La herida y el cuchillo el Yo del documentalista nunca aparece en escena de un modo que opaque eso que está capturando. No hay florituras visuales ni jueguitos fotográficos que llamen la atención sobre sí mismos. No hay un formalismo vacío de sentido. No hay nada pomposo ni pretencioso. Está lo esencial y un poco más.

Lo que quizás sea más notable es que esta película puede funcionar tan bien con las personas que conocen el trabajo de García Wehbi como con las que son neófitas en el tema. Porque no solamente muestra (y muy bien) sino que descubre y revela. Y esto es algo que todo espectador de cine aprecia mucho porque es algo que se lleva consigo para siempre.