“Crecí en la aparente calma de la transición democrática en Asunción. Crecí en un encierro a cielo abierto donde los verdugos coexistieron con nosotros acechando desde las sombras. Años después, alcanzo a comprender que esa tranquilidad era, en realidad, impunidad. No logramos instalar como sociedad la discusión sobre los 35 años de dictadura”, dice Hugo Giménez, guionista y director de Matar a un muerto, una sentida y dolorosa meditación sobre las circunstancias de la opresión y exterminio de la dictadura militar del general Stroessner en Paraguay.
Aunque Matar a un muerto transcurre en el monte paraguayo, bien podría haber sido una punzante obra de teatro ya que está articulada alrededor de una unidad espacio-temporal, de un cuidadoso trabajo con los diálogos y de observaciones sobre la conducta de sus personajes, en vez de introspecciones psicológicas y de acciones que se despliegan en múltiples escenarios. El año es 1978, justo cuando se celebra la Copa Mundial de Fútbol en Argentina, y los protagonistas de esta historia sencilla en apariencia, pero llena de lecturas y matices, son dos hombres que se dedican a enterrar en forma clandestina los cadáveres de las víctimas de la dictadura.
Un día como cualquier otro en esta siniestra rutina llevada a cabo como un empleo común y corriente ocurre algo totalmente inesperado. Entre los cuerpos que arriban a la orilla llega un hombre malherido, conciente y aterrado. Los dos enterradores saben que tienen que matarlo, pero nunca asesinaron a nadie antes. Enterrar a un muerto como si fuera un paquete es fácil, matar a un vivo es otra cosa muy diferente. Pero, ¿Cuáles son las opciones que tienen estos dos hombres? ¿Darle casa y comida a riesgo de ser descubiertos y ejecutados por los militares? ¿Para qué arriesgarse si ni siquiera lo conocen?
Matar a un muerto es una película austera, sin estilemas que llamen la atención sobre sí mismos, sin una forma fílmica que opaque sus contenidos. Pero no por eso deja de tener una fotografía elaborada y pregnante y un trabajo de composición del cuadro preciso y elocuente. Es importante sentir la presencia de este entorno de encierro y circularidad – aunque se trate de los montes a cielo abierto – porque ahí está la metáfora más expresiva de las condiciones de opresión de la dictadura. Hay también un transcurrir del tiempo que, por momentos, parece eterno, como suspendido en un limbo. Quizás sea el tiempo de esos muertos esperando a ser enterrados o el de los vivos haciendo de cuenta que la muerte nunca va a ser la propia, sino siempre la de los Otros.
Sin ser un thriller ni mucho menos, Matar a un muerto tiene un buen grado de tensión en relación al destino que tendrá el hombre vivo que llega desde el río, un rehén que hace lo que puede (que no es mucho) para apelar a la conciencia y a la humanidad de sus posibles verdugos. Y aquí se cifra la posibilidad, también, de que un pueblo entero se despierte de su adormecimiento, voluntario e impuesto a la vez, y se separe de los rituales de muerte de una dictadura sangrienta. No es poca cosa.
Matar a un muerto (Paraguay, 2019) Puntaje: 7
Escrita y dirigida por Hugo Giménez. Con Ever Enciso, Aníbal Ortiz, Jorge Román. Fotografía: Hugo Colace. Sonido: Martín Grignaschi. Montaje: Andrea Gandolfo. Duración: 74 minutos.