“Mónica debe dinero, no es mucho, algo así como un sueldo mínimo. Pero para ella y sus seres cercanos, es mucho. El derrotero de Mónica, si bien está sustentado en la necesidad de conseguir dinero, pone en evidencia vínculos, aun cercanos, que se constituyen como transacción. La sensación que tuve y que tengo, y que espero le dé sustento emocional a la película, es que todos, de algún modo, en este mundo en que vivimos, cada día nos vamos quedando un poco más solos”, dice Gustavo Fontán acerca de La deuda, un implacable y desolador retrato de una mujer que se embarca en un viaje nocturno y urgente para reponer el dinero que “tomó prestado” de un cliente de la oficina en la que trabaja. No es la primera vez que lo hace. Incluso no le importa poner en riesgo el trabajo de un compañero de la oficina. Menos todavía le importa su propia suerte. Y apenas tiene una noche para reponer el dinero faltante.
La deuda es una película atípica dentro de la filmografía de Fontán, quien mayormente ha hecho un cine de poesía y no de prosa. Es decir, un cine no narrativo en el sentido estricto. Aunque, a decir verdad, las categorías convencionales resultan insuficientes cuando se habla de un autor tan personal. Entre sus obras más notables están El árbol, La casa, El rostro y El limonero real. En mayor o menor medida, de todas se desprende un aire de nostalgia, cuando no de melancolía. El tiempo que pasa y la contemplación de todo eso que vibra en ese tiempo son pilares en su estética. Porque si de observar con cercanía y lucidez se trata, el cine de Fontán se lleva todos los premios.
Una de las cosas más interesantes de esta nueva película es que, aún siendo una película claramente narrativa, también tiene unos cuantos rasgos de estilo de sus obras más poéticas. Es que el viaje de Mónica (Belén Blanco, con su rostro imperturbable a pesar de la angustia contenida) transcurre en una Buenos Aires desolada y hostil que supo conocer mejores tiempos.
Hay mucha tristeza y un poco de sordidez a la vuelta de cada esquina, y también en la autopista que une la ciudad con el conurbano, casi como si todo fuera un inmenso pueblo fantasma. Las luces con sus reflejos, las sombras profundas, las superficies áridas, las texturas ásperas y los objetos desdibujados se espejan, superponen y multiplican ante una cámara siempre atenta que no se pierde un solo detalle. Oscilando entre lo contemplativo y lo narrativo, La deuda va mostrando sus pliegues, que no son pocos.
Como ocurre con el realismo social de los hermanos Dardenne, a Fontán le interesa que la historia particular de Mónica tenga una proyección social y política que la trascienda. Sin la cámara en mano de los directores belgas, pero con la misma insistencia en no dejar sola a su protagonista ni por un minuto, ya fuere en planos fijos o con suaves travellings o paneos, Fontán da cuenta de un desalentador estado de las cosas que es caldo de cultivo de miserias económicas y personales. Queda claro que no juzga las acciones individuales de la heroína caída en desgracia, y tampoco le otorga las virtudes y el corazón de oro que las víctimas suelen tener. De hecho, Mónica es egoísta y fría, es manipuladora y no tiene códigos. También está muy sola.
Es que es el síntoma de una Argentina empobrecida y desafectivizada, sin posibilidad de empatizar con el sufrimiento de los otros, girando en falso alrededor del dinero que siempre falta. Una Argentina al borde del abismo.
La deuda (Argentina-España, 2019). Puntaje: 9
Dirigida por Gustavo Fontán. Escrita por Gustavo Fontán y Gloria Peirano. Con Belén Blanco, Marcelo Subiotto, Edgardo Castro, Leonor Manso, Walter Jakob, Andrea Garrote, Pablo Seijo. Fotografía: Diego Poleri. Montaje: Mario Bocchicchio. Duración: 74 minutos.