Diez años atrás, el italiano Matteo Garrone se alzó con el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes con Gomorra, un retrato realista y perturbador del crimen organizado en Italia. Dogman, su última película, también respira el mismo aire viciado que emana de tanta violencia, aunque esta vez la forma narrativa y fílmica entrelaza el realismo con la fábula. Una fábula muy oscura que, al mismo tiempo, toma rasgos de los thrillers más inquietantes y termina siendo un drama de resonancia universal.
Como Gomorra, Dogman también se desarrolla en el sur de Italia, en un pueblito de mala muerte en las afueras de Nápoles, un lugar donde prima la pobreza, la ignorancia y la criminalidad. Marcello (Marcello Fonte) es un peluquero canino que tiene un negocio pequeño, casi insignificante, pero con un puñado de clientes fieles. Para ganar un poco más de dinero vende cocaína o, mejor dicho, es un intermediario de poca monta. Es conocido y estimado por todos en el barrio, entre otras cosas porque es una persona confiable.
Para mal, Marcello es amigo de Simoncino (Edoardo Pesce), un antiguo boxeador, grandote y forzudo, violento al extremo, criminal reincidente y cocainómano. Más que amistad, se podría decir que los une una relación de dominación y sumisión. Es que frente a la agresividad y el desborde de Simoncino es poco lo que Marcello puede hacer, sobre todo siendo un hombre tan pequeño, de 1,60 m, de contextura delgada y aspecto endeble. Pero todo hombre, pequeño o no, tiene un límite. No se puede maltratar y humillar a alguien todo el tiempo. Hasta el más débil se rebela algún día.
Todo parece indicar que Dogman es una revenge movie, una película de venganza, y en cierto sentido lo es. Pero eso es lo que está en la superficie. Lo más importante está en otro lugar: en la radiografía de un pueblo sin ley y, sobre todo, en la transformación de un hombre pacífico y con códigos en un hombre violento y desatado. En este aspecto, es un estudio de personaje atento y minucioso, con interpretaciones extraordinarias (Marcello Fonte ganó el premio a Mejor Actor en Cannes) y una fuerte carga emocional. Es también una película sobre el encierro, el de una persona que queda entre la espada y la pared, y haga lo que haga lo más probable es que todo salga mal. Por eso hay algo del orden del destino fatídico de la tragedia.
Por otra parte, como señaló el director en una entrevista, el relato abre un interrogante: “¿Es el peluquero Marcello un buen tipo empujado por las circunstancias o alguien que ya alberga el mal en su interior?”. No se sabe con certeza. Pensando todo el escenario de otra forma, surgen otros interrogantes: ¿la violencia excesiva y cruel puede ser tan contagiosa? ¿Cuál es el precio que se paga al convertirse en otro?
Dogman no busca clausurar las preguntas que formula. En cambio, opta por mostrar el terreno y el periplo del antihéroe y sugiere algunas posibilidades. Pide que el espectador acompañe a Marcello bien de cerca en un constante in crescendo, con una tensión casi insoportable. La belleza de la fotografía con tonos saturados pero no vivos, con altas luces y sombras profundas se contrasta con la aridez y pobreza del entorno, y así el drama gana en espesor. Como las mejores películas, aquí la sofisticación del estilo está al servicio del contenido. Porque es lo que le pasa a las personas lo que realmente importa.
Dogman (Italia, 2018) Puntaje: 9
Dirigida por Matteo Garrone. Escrita por Maurizio Braucci, Ugo Chiti, Matteo Garrone, Massimo Gaudioso. Con Marcello Fonte, Edoardo Pesce, Nunzia Schiano, Adamo Dionisi, Francesco Acquaroli, Alida Baldari Calabria. Fotografía: Nicolai Brüel. Música: Michele Braga. Duración: 102 minutos.