El muñeco diabólico, de Lars Klevberg

Ya se sabe que la mayoría de las remakes son innecesarias. Más aún las de clásicos del cine de terror. La inmensa mayoría son copias mal hechas de las películas originales. Sin embargo, siempre hay excepciones y entonces el concepto de remake tiene sentido. Por ejemplo, la remake de Halloween de Rob Zombie es una relectura interesante, con una propuesta diferente, de la de la obra maestra de Carpenter. Pensándolo mejor, quizás sea The Thing la obra maestra de Carpenter, una remake que supera a la original dirigida por Christian Nyby y producida por Howard Hawks. Recientemente, la nueva versión de Cementerio de animales está mejor dirigida, es más oscura y está mucho mejor actuada que la original. Y si bien no me fascinó la It de Andrés Muschietti, es efectiva, tiene sus logros, está muy bien filmada y también supera a la endeble película original de 1990, dirigida por Mary Lambert.

Sin más preámbulo, digamos que la remake de Chucky no pertenece al grupo de honrosas excepciones. No es que sea horrible, pero sí es muy mediocre y hasta considerablemente aburrida. Por supuesto, también es innecesaria. Ya desde el vamos, al ver a Chucky por primera vez, uno se da cuenta de que de escalofriante no hay nada. Si bien el Chucky de la original no produce terror – de hecho, la película misma no apunta al terror en estado puro – , sí impresiona con su cara de muñeco no tan común ni corriente. Su sonrisa malévola, su mirada inquietante, su andar robótico pero humano a la vez, su pelo despeinado y su vocecita un tanto espectral y gutural le dan un aspecto que es tan urticante como fascinante. Es un Chucky que uno no quiere tener cerca.

Por el contrario, el nuevo Chucky es simplemente anodino. Claro que se parece al original en algunos rasgos del rostro y en su vestimenta. Pero no más que eso. Los ojos que se ponen rojos en momentos cúlmines hacen que parezca un extraterrestre o un zombie. La voz suena similar a la de cualquier muñeco y cuando mueve la boca y los ojos es obvio que se trata de CGI, sin volumen ni peso. Es demasiado prolijo, demasiado normal. Es un muñeco que cualquiera compraría en cualquier lado.

A esta altura, la trama es bien conocida. En la original se trata de una madre soltera que le regala a su hijo un muñeco para su cumpleaños y el regalo lo hace muy feliz. Lo que no saben es que el muñeco está poseído por el espíritu de un asesino serial. Al poco tiempo ocurren nuevos homicidios, y la mamá y su hijo van a dejar de ser felices. Así, la versión de 1988 dirigida por Tom Holland aborda el sub-género de poseídos de una manera original y respetuosa de la tradición al mismo tiempo. Es una película que comienza con una dosis de realismo, y a medida que avanza la trama empieza a desbordarse. Hacia el final, todo es desmesura y camp, con un sentido del humor socarrón y hasta paródico. No hay que tomarse todo tan en serio, parece decir el director, y en cambio nos ofrece una mezcla muy equilibrada entre el terror y una especie de comedia negra. Con toda su maldad, Chucky termina siendo un niño terrible.

En cambio, la trama que tenemos ahora en la película dirigida por Lars Klevberg es similar a la original en algunos aspectos, muy diferente en otros, pero el problema principal es que es errática, forzada y no muy lógica. Hay un motivo por el cual Chucky empieza a tener vida propia y a desobedecer los comandos con los que fue programado. Pero ese motivo no es la razón de ser de su maldad. Hay un intento de explicarlo – Chucky se volvería violento por ver películas de terror violentas llenas de asesinatos – pero eso no convence a nadie, al menos no como está planteado. Entonces, pasa a ser un muñeco medio desquiciado porque sí. Y de diabólico no tiene nada.

Por otra parte, por momentos la película se pone seria y pretende ser una suerte de drama familiar con madre soltera e hijo celoso del novio de su madre. Y no es creíble. En otras ocasiones, apela a la comedia negra y no provoca ni una sonrisa culpable porque es demasiado obvia. Y excepto las escenas de las muertes con algo de gore, no hay excesos ni parodia ni camp. A esto se suma que la tensión es casi inexistente y que de suspenso no hay nada. Es como una mezcla de algunos elementos de la original, pero es una mezcla que no cuaja. La cereza de la torta es el grupito de amigos del niño protagonista, derivativo de Stranger Things pero sin desarrollar los personajes. Para el caso, la madre del protagonista es apenas un bosquejo. Entonces, ¿por qué preocuparnos por su suerte?

Incluso para quienes no vieron la Chucky original, es probable que esta versión tampoco les mueva un pelo. Porque es más de lo mismo. Y se nota mucho.

El muñeco diabólico (Child’s Play, EEUU, 2019). Puntaje: 4

Dirigida por Lars Klevberg. Escrita por Tyler Burton Smith, basada en los personajes de Don Mancini. Con Gabriel Bateman, Aubrey Plaza, Brian Tyree Henry, Tim Matheson, David Lewis, Ty Consiglio, Amber Taylor, Beatrice Kitsos, Carlease Burke, Hannah Drew, Kristin York. Fotografía: Brendan Uegama. Música: Bear McCreary. Duración: 90 minutos.