Dicen que las comparaciones son odiosas, pero no sería exagerado decir que Dolor y gloria es la mejor película de toda la carrera de Almodóvar. Lo que equivale a decir que es una de las mejores películas estrenadas este año en Argentina. Probablemente también la más conmovedora. Emociona hasta el punto de hacer llorar, y mucho, cala hondo en los sentimientos más acorazados y, sobre todo, tiene la energía vital propia de toda transformación. Porque uno no es el mismo después de haber atravesado la experiencia de Dolor y gloria.
El propio Almodóvar señaló que es una película confesional. Pero no es autobiográfica en el sentido convencional y tampoco es completamente fiel a la historia de vida del director. Precisamente, en Dolor y gloria la realidad y la ficción se entrelazan de una manera imperceptible. Poco importa saber qué es verdad y qué no, porque al fin y al cabo en el cine todo es verdad.
Salvador Mallo (Antonio Banderas como alter ego de Almodóvar) es un director de cine de unos 60 años que no filma desde hace ya demasiado tiempo y que no está pasando por un buen momento. Por un lado, está la falta de salud: asma, dolor de espada y de cabeza y atragantamientos inesperados y peligrosos. Por otro lado, está el fantasma de la depresión dando vueltas, cada vez más cerca. En medio de este presente incierto y doloroso a Salvador lo convocan para presentar, en forma extraordinaria, una película de culto que filmó hace 30 años, recientemente restaurada por la Filmoteca Española.
Sabor se llama la película y es éste el punto de partida para que el cineasta comience un recorrido donde aparecen vínculos rotos que quizás podrían enmendarse. O no. Son signos de un pasado con heridas que no han cicatrizado. Vuelven a aparecer, también, recuerdos de la movida madrileña y de los excesos con la heroína, la droga por excelencia de sus años mozos. Y no podían faltar otras memorias: la niñez con sus padres en Valencia, la relación afectiva y conflictiva con su madre, y el momento, sublime y revelador, cuando sintió por primera vez el deseo por otro cuerpo. No es casual. Porque justamente el Deseo es lo que Salvador ha perdido. Por eso saldar cuentas con el pasado, o al menos intentarlo, es tan necesario.
Dolor y gloria es, efectivamente, dolorosa porque es demasiado real. Es imposible dudar de la honestidad emocional con la que Almodóvar se desnuda frente a su público. Y para cualquier espectador de más de 40 años se convierte en un espejo que devuelve una imagen sufriente. ¿Quién no tiene en su historia errores y circunstancias que marcaron un punto de no retorno? ¿Acaso alguien puede resistirse a ahondar en la propia conciencia cuando observa a un Otro haciéndolo con tanto coraje? ¿Qué se puede hacer frente a la sensación de que la vida se ha detenido para siempre?
“A veces el amor no alcanza para salvar a la persona que uno quiere”, se dice dos o tres veces en la película. Esta frase, y otras, dichas en el momento justo, se sienten como puñaladas que pueden no matar, pero sí lastiman y mucho. Pero, a no temer, aquí no hay regodeo en el sufrimiento, ni mucho menos. Almodóvar nunca fue un director que torture a sus espectadores y no lo es ahora tampoco. Su propuesta es otra, bien distinta: tomar conciencia de la propia historia y hacerse cargo. Empoderarse, se podría decir. De ahí en más el trabajo es arduo y complejo, pero bien vale la pena. Lejos de todo optimismo facilista, aquí se trata de apostar por lo que está vivo, incluso con todo lo que no causa placer.
Almodóvar también habla del arte del cine y, en consecuencia, del arte de narrar. Los personajes esta vez cuentan sus historias como rescatándolas del pasado, en conversaciones y monólogos donde los sentimientos más escondidos se animan a mostrarse. A veces con nombre propio, otras veces bajo otros nombres, algunas son historias nuevas y otras vuelven a ser contadas. Aquí cuando alguien habla, uno o varios escuchan con atención, en silencio, sin interrumpir, a veces con lágrimas en los ojos.
Es que poder contar a los otros y contarse a uno mismo es quizás el camino más sincero y confiable para reencontrarse. Al fin y al cabo, pareciera decir el cineasta, cada tanto uno tiene que volver a construirse y para eso nada mejor que indagar, aunque sea con temor, en la propia historia. Desde ese lugar sí existe la posibilidad de atravesar el dolor para alcanzar un poco de gloria.
Dolor y gloria (España, 2019). Puntaje: 10
Escrita y dirigida por Pedro Almodóvar. Con Antonio Banderas, Leonardo Sbaraglia, Penélope Cruz, Asier Etxeandia, Nora Navas, Julieta Serrano, Cecilia Roth, Raúl Arévalo. Fotografía: José Luis Alcaine. Música: Alberto Iglesias. Montaje: Teresa Font. Duración: 113 minutos.