Filmado en Argentina e Israel, y dirigido por Florencia Mujica y Daniel Najenson, el exhaustivo documental Impuros explora una problemática que, muy probablemente, tiene un solo antecedente en el terreno del documental argentino: la trata de mujeres implementada por la Zwi Migdal, una enorme red de prostitución dirigida por judíos polacos que operó durante la época de la inmigración a principios del siglo XX, más precisamente entre 1906 y 1930, con sede en Buenos Aires, y que llegó a tener 400 miembros y ganancias anuales de más de 50 millones de dólares.
Mientras que Malka, una chica de la Zwi Migdal (2014), de Walter Tejblum, hace foco en la historia de Malka Abraham, una de las tantas mujeres víctimas de la Zwi Migdal que finalmente logró escapar de la red después de años de sometimiento y explotación, Impuros, en cambio, no se limita a un caso en particular y amplía la mirada para trazar una crónica, paso por paso, de esta organización que operaba bajo la fachada de una sociedad de socorros mutuos y que llegó a tener 3000 mujeres forzadas a ejercer la prostitución en condiciones miserables y de extremo maltrato.
Con la presencia de Sonia Sánchez – ex–víctima de trata y militante abolicionista – como narradora, Impuros ofrece una mirada detallada y minuciosa sobre cómo funcionaba la Zwi Migdal. La metodología para reclutar a las mujeres era tan simple como efectiva: ante los peligros constantes de los pogroms y la muy difícil situación económica, miembros de la organización viajaban a Europa y traían mujeres judías desde Polonia con promesas falsas de un futuro próspero. Ya estando en Buenos Aires, las obligaban a prostituirse.
Entre otras cosas, lo que hace que el caso de la Zwi Migdal sea diferente a otros casos de redes de tratas de mujeres es que, a medida que sus actividades se hicieron conocidas, miembros de la propia colectividad judía identificaron y expulsaron a un buen número de los traficantes, fundamentalmente a través de una asociación conocida como Ezras Noshim. Finalmente, la denuncia de una una prostituta polaca, Raquel Liberman – que había llegado a los 18 años a Buenos Aires – fue un paso decisivo para empezar a quebrar a esta mafia. De ahí en más, luego de nuevas denuncias y medidas judiciales varias, y muy de a poco, la Zwig Midal quedó desmantelada por completo.
El nombre del documental proviene del nombre que la colectividad judía les dio a los proxenetas, que eventualmente fueron expulsados de la propia colectividad y, con el tiempo, también se prohibió que sus cuerpos fueran enterrados en cementerios judíos. Por eso, la Zwi Migdal, mientras aún estaba en funcionamiento, construyó un cementerio propio para enterrar a sus muertos.
Impuros es un documental de apenas 86 minutos y, sin embargo, tiene una gran capacidad de síntesis y marcada economía narrativa para dar cuenta de todo un gran escenario, con detalles de todo tipo, en tan poco tiempo. La mirada no es anécdotica, no se queda en los hechos en sí mismo y nada más, sino que establece conexiones concretas y simbólicas entre ellos y otros órdenes de la vida social, política y judicial de la Argentina de principios del siglo XX. Una buena parte de las preguntas de los realizadores – que también ofician de entrevistadores – junto a las reflexiones de Sonia Sánchez hablan, entre otras cosas, del manto de silencio que cubrió a esta historia de traficantes. En ese entonces e incluso hasta el día de hoy.
Con valiosos testimonios de historiadores, investigadores y escritores, entre ellos Myrtha Schalom, autora de “La polaca”, Haim Avni, del Archivo central de la historia del pueblo judío, e Ivette Trochon, autora de “La ruta del eros”, el documental le da voz, simbólicamente, a todas estas mujeres que cayeron en el olvido. Pero no solo de un modo simbólico ya que la lectura de fragmentos de cartas con pedidos de rescate escritas por las prostitutas es testimonio vivo y no desprovisto de un gran dramatismo que hace personal y cercana una historia que pocos conocen y que, a primera vista, podría percibirse como lejana.
En tanto y en cuanto Impuros analiza el funcionamiento y las conexiones de la Zwi Migdal, es un documento sin fisuras con un discurso coherente y convincente. Es imposible no ver lo infame de esta historia y cada aseveración de los documentalistas está fundamentada por hechos. No obstante, al ser narrado desde una mirada profundamente abolicionista, hay no pocas ocasiones en las que el concepto de la prostitución, en general, se expresa como sinónimo de trata de mujeres, y ya no ligado a la Zwi Migdal. Se sabe que este tema divide las aguas y que en la vereda opuesta está el regulacionismo, que a diferencia del abolicionismo sí considera que la prostitución puede ser ejercida de forma autónoma y en condiciones de no explotación. En cambio, para el abolicionismo no existe prostituta sin proxeneta, por lo tanto legalizar la prostitución no le daría derechos a la prostituta, sino que ubicaría el proxeneta dentro de la ley.
Por lo pronto, en la sociedad existe un debate y ninguna de las dos posturas parecería tener la verdad absoluta. Pero Impuros sí se presenta como dueño de una verdad absoluta y, en ocasiones, comete el desacierto de ser muy didáctio y decirle al espectador qué tiene que pensar. Obviamente, en el caso de la Zwig Migdal no puede existir debate alguno: fue pura explotación y violencia. Acá no hay debate posible ya que los hechos hablan por sí solos. El punto es que Impuros, aparte de hablar de la Zwig Midal, también toma este caso en particular para ilustrar y explicitar de un modo tajante – sobre todo sobre en los minutos finales – que todo tipo de prostitución en cualquier circunstancia debe ser abolida. Y eso sí que es debatible.
Impuros (Argentina, 2018) Puntaje: 6
Dirigida por Florencia Mujica, Daniel Najenson. Escrita por Malen Azzam, Daniel Najenson. Con Sonia Sánchez, Haim Avni, Yvette Trochon, Myrtha Schalom, José Luis Scarsi, Guillermo Zinni, Rafael Ielpi, Abraham Litchtenbaum. Investigación Myrtha Schalom. Investigación periodística Diego Rosemberg, Daniel Pena. Fotografía: Carla Stella. Montaje: Marisa Montes. Música Leandro Drago. Sonido: Luciana Braga, José Caldararo. Duración: 86 minutos.