Filmada en Buenos Aires y en Santiago, Dry Martina, la nueva película del chileno Che Sandoval (Te creís la más linda, pero erís la más puta, Soy mucho mejor que vos) tiene no pocas escenas de sexo que son de las mejores que se han visto en largo tiempo. Y no porque sean despliegues de una maravillosa gimnasia sexual. De hecho, el sexo es bastante convencional en su forma. Pero sí son extraordinarias por un motivo muy elemental: realmente transmiten qué se siente y qué se expresa cuando el sexo es tan, pero tan bueno que uno sabe que encontró a la persona que estaba buscando. Es ese magnetismo que no se puede explicar con palabras. Y es eso lo que Sandoval y sus actores logran plasmar en la pantalla.
Ese mismo grado de verosimilitud está presente en gran parte de las acciones y reacciones de sus personajes en cuestiones sentimentales y no necesariamente sexuales, o vinculares entre amigos y parientes, o incluso cuestiones más mundanas, como tratar de conseguir la dirección de una persona en una ciudad que uno nunca visitó en un país que uno no conoce. Mucho de lo que pasa en Dry Martina es bien creíble y eso es todo un mérito porque pasan cosas bastante fuera de lo común.
La impredecible historia de Dry Martina comienza cuando Martina (Antonella Costa), una muy atractiva cantante pop que tuvo su momento de gloria en los 90’s y ahora apenas tiene algún que otro show en lugares no muy glamorosos, recibe la visita sin aviso de Francisca (Geraldine Neary), una fan chilena (de las pocas fans que le quedan, chilenas o argentinas) que le toca el timbre de su casa y le dice que está casi segura de que ellas dos son hermanas. Del mismo padre, pero de madres diferentes. Y se lo dice así como si nada. Y encima le pide que se hagan un ADN para sacarse la duda. Sin pensarlo dos veces, Martina la echa de mal modo y le dice que no vuelva más.
Al que ni se le ocurrió echar es a César (Pedro Campos), el novio de Francisca, un joven dos décadas más joven que ella, muy fachero y con mucho sex-appeal. Justo lo que necesita Martina, que viene pasando por un período de frigidez demasiado prolongado. Y César también se siente visiblemente atraído. Pero primero se retira con su novia echada. Después de un rato vuelve solo porque se peleó con Francisca. La invita a Martina a comer sushi y ella acepta. Claro que el sushi va a quedar para después. Primero hay que saciar otra clase de apetito. Sobre todo cuando es tan voraz.
Sin contar mucho más de la trama, solo cabe anticipar que Martina va a quedar literalmente extasiada con César, que hasta los mejores planes pueden caerse de un momento para otro, y que una mujer que sabe lo que quiere no se deja amedrentar, aún si eso significa tomarse un avión a Santiago sin saber qué puede pasar al llegar. Toda una aventura, como ésas que Martina seguramente vivió de joven pero que ahora son solo recuerdos. Por eso mismo este viaje es tan necesario.
Igual de imperiosa es una comedia -dramática a veces, romántica otras veces- tan efectiva como Dry Martina. Sin perder nunca su identidad argentino-chilena, la nueva película de Che Sandoval se nutre de las mejores fuentes: de Billy Wilder, Woody Allen, Preston Sturges, Pedro Almodóvar, y Howard Hawks. Porque aquí hay un sentido del screwball y de la comedia de situación que prácticamente ninguna película argentina o chilena tienen. Hay también una mirada muy desprejuiciada y muy celebratoria del deseo sexual y amoroso como un poderoso motor que, literalmente, puede cambiar una vida ya muy conocida.
Entonces, con semejantes referentes (si son voluntarios o no poco importa) y con todo lo que Sandoval conoce de dos países que comparten el mismo idioma y no mucho más, no debe sorprender que el timing en los intercambios verbales sea impecable, que las líneas de diálogo suenen habladas (como debe ser) y no escritas para ser recitadas, que el devenir de los acontecimientos sea orgánico en vez de forzado, y que una irreverente inteligencia genere tanta empatía. Es muy reconfortante dejarse seducir por personajes que tienen una carnadura tan reconocible aunque estén involucrados en circunstancias descabelladas.
Sin las interpretaciones tan convincentes de todo el elenco no hubiera existido verosimilitud alguna. Acá están todos muy afinados, cada uno con los rasgos de su personaje y su propia singularidad, pero todos a tono en la misma película. La misma química que se siente en las liberadoras escenas de sexo se puede percibir entre los actores. Por momentos incluso parece que se deben haber divertido mucho haciendo esta película. Eso también es todo un logro.
Y no por su apariencia de liviandad Dry Martina deja de ser significativa. Hay toda una historia de vida en Martina y a medida que se va revelando empiezan a aparecer otros conflictos. Hechos del pasado que dejaron heridas en el presente y elecciones hechas en total libertad que resultaron no ser las mejores. Y hay toda otra historia de afectos a partir de la llegada de Martina a Chile, que tampoco es menor aunque a primera vista pueda dar esa impresión. Es que se trata de ver detrás de las apariencias. Porque, aparte, muchas veces lo que se necesita no es lo que se está buscando.
Dry Martina (Argentina, Chile, 2018) Puntaje: 8
Escrita y dirigida por Che Sandoval. Con Antonella Costa, Patricio Contreras, Geraldine Neary, Pedro Campos, Álvaro Espinosa, Yonar Sánchez. Fotografía: Benjamín Echazarreta. Dirección de arte: Nicolás Oyarce. Montaje: César Custodio. Sonido: Ezequiel Saralegui. Música original: Gabriel Chwojnik. Duración: 95 minutos.