El atelier, de Laurent Cantet

El mejor Laurent Cantet fue el del principio. Con Recursos humanos (1999), su sensible, honesta y muy conmovedora ópera prima, el director francés se llevó más de una decena de premios internacionales, incluidos el premio César a la mejor ópera prima (el equivalente francés del Oscar) y el premio a mejor película en el BAFICI. Después vino la implacable, inquisitiva y desoladora El empleo del tiempo (2001), ganadora del premio FIPRESCI en la Viennale y del premio Don Quijote en Venecia. Con solo estas dos grandes películas, Cantet ya se podría haber retirado con orgullo.

Pero no lo hizo. Y en 2005 estrenó la bien intencionada, pero muy fallida Bienvenidas al paraíso. Pero se redimió tres años más tarde con la sagaz, meticulosa y muy comprometida Entre los muros, ganadora de la Palma de Oro en Cannes y nominada al Oscar como mejor película extranjera. Sus dos películas siguientes, Foxfire (2012) y Regreso a Ítaca (2014) fueron filmadas fuera de Francia y no tienen nada de memorable. Es más, parecen haber sido hechas por otro director.

Ahora, unos 10 años después de Entre muros, Cantet estrena El atelier, protagonizada por Marina Foïs, Matthieu Lucci, y un pequeño grupo de jóvenes actores sin experiencia previa en cine. Como fue el caso con Entre Muros, El atelier también está co-escrita con Robin Campillo, el director de la extraordinaria 120 pulsaciones por minutos, la reveladora Eastern Boys, y la muy inquietante Les revenants. Sin embargo, El atelier apenas satisface las expectativas que genera e incluso se queda a mitad de camino en un par de cuestiones no menores.

Pero, primero, la historia. Olivia Dejazet (Marina Foïs) es una escritora prestigiosa parisina que ha ido a La Ciotat, una ciudad chica cerca de Marsella que supo conocer tiempos mucho más prósperos, para dar un taller literario. Hasta mediados de los 1990’s, La Ciotat era una pujante ciudad portuaria donde también se construían embarcaciones de gran magnitud. Pero los años pasaron y sobrevinieron crisis varias que hicieron que muchas compañías, empresas y organizaciones dejasen de operar allí y para siempre. Ahora, La Ciotat es una pequeña ciudad casi fantasma, donde nunca pasa nada importante, donde el presente es poco alentador y el futuro es todavía más gris.

Olivia tiene a siete estudiantes en su taller, todos jóvenes de distintas etnias y religiones que componen la Francia de hoy, todos descendientes de los trabajadores y artesanos que hicieron de la ciudad lo que llegó a ser en su período de oro. Entre ellos, se destaca Antoine (Matthieu Lucci), de naturaleza inconformista, bastante provocador, un poco agresivo y considerablemente insatisfecho. Y muy despierto, quizás el más inteligente de todos.

En las discusiones de grupo, los estudiantes expresan sus diversos puntos de vista, muchas veces opuestos, sobre literatura, política y sociedad – entre otras cosas. A menudo, el clima es tenso y el tono de las conversaciones se eleva más de la cuenta. Considerando la heterogeneidad del grupo, la complejidad de bocetar una novela entre todos, y los temas que surgen para la novela, es de esperar que el clima diste de ser apacible. Lo que tampoco quiere decir que sea definitivamente hostil o tóxico.

A medida que progresa la tarea, Olivia comienza a vincularse cada vez más con Antoine, quien sin duda ejerce una extraña fascinación en ella, no desprovista de una tensión sexual subyacente. Eventualmente, la relación de los dos ya no tendrá tanto que ver con la literatura ni con la política, aunque tampoco con el deseo.

De un modo similar a como lo hacía en Entre los muros, Cantet examina críticamente el panorama actual de una Francia donde la ultra derecha gana preponderancia y cosecha adeptos entre los jóvenes desilusionados con el sueño prometido que no les tocó vivir. Se hace preguntas difíciles, evitando siempre dar respuestas fáciles, y les da un moderada singularidad a algunos estudiantes como para que no sean tan genéricos. Ideológicamente, El atelier no puede ser más oportuna y más loable, al igual que unas cuantas de sus películas anteriores. Sin ser nunca pretenciosa ni impostada, es una película con una mirada precisa y nunca superficial.

Los problemas de la película residen, más bien, en otras zonas. Tal como están escritas y representadas, las discusiones son a veces un tanto obvias y subrayadas – aunque temáticamente sigan siendo igual de relevantes. Son, por momentos, predecibles y carentes de ambigüedad. Como si se quisiera que el espectador no tenga duda de qué se está diciendo y qué significa eso que se dice. Lo que no es imperdonable ni mucho menos, pero tampoco le juega a favor para darle mayor densidad dramática.

Y justamente en el terreno de lo dramático está el otro problema importante: en la dirección que toma la historia en Antoine y Olivia, y siendo más exacto en el desarrollo del personaje de Antoine. Porque parece responder a una necesidad de comunicar ideas más que a una progresión genuina del personaje. Se siente como un portavoz de las problemáticas de la película y eso le quita matices. Y la evolución del vínculo entre profesora y estudiante se torna no del todo creíble y por el mismo motivo: la urgencia de comunicar un mensaje.

Ninguno de estos reparos hace que El atelier sea una película que no funcione o que sea olvidable. Solo que la complejidad y la habilidad narrativa que tiene el mejor Cantet no está muy visible. Y es imposible no extrañarlas.

El atelier (L’atelier, Francia, 2017) Puntaje: 6,5

Dirigida por Laurent Cantet. Escrita por Robin Campillo, Laurent Cantet. Con Marina Foïs, Matthieu Lucci. Fotografía: Pierre Milon. Música: Bedis Tir, Edouard Pons. Montaje: Mathilde Muyard. Duración: 113 minutos