Al desierto, la nueva película de Ulises Rosell (Bonanza, El descanso, Sofacama, El etnógrafo) está protagonizada por Jorge Sesán y Valentina Bassi, fue exhibida en el Festival de San Sebastián y participó en la competencia internacional del Festival de Mar del Plata, donde Sesán ganó el premio al Mejor Actor Argentino otorgado por SAGAI.
Hablar de desierto es hablar de aislamiento, en este caso el de dos personajes varados en el medio de la nada, intentando escapar de una muerte que, por momentos, parece inevitable. Para peor, no son parientes, ni conocidos, ni amigos, sino que uno es un secuestrador, y la otra es su secuestrada. Este vínculo, que de grato no tiene nada, va a ir mutando a medida que avanza el relato y va a mostrar otras aristas, algunas impensables.
Todo comienza cuando Julia (Valentina Bassi), una empleada de casino de Comodoro Rivadavia a la que su salario apenas le alcanza para pagar el alquiler, conoce a Gwynfor (Jorge Sesán), quien le ofrece un puesto en la petrolera donde él trabaja y también le propone llevarla a la empresa en su propia camioneta. Julia acepta y en cuestión de horas ya están en camino. Pero las verdaderas intenciones de Gwynfor son otras.
En Al desierto se hace referencia a las antiguas historias de cautivas y la película narra, de hecho, una historia de una cautiva. ¿Qué te interesa tanto de este tema?
No me lo planteo tanto en el sentido del secuestro como hecho policial, sino que me interesa el drama del desarraigo, que arbitrariamente estés obligado a cambiar de vida, a deshacerte de tu pasado para transformarte en alguien desconocido, en este caso, mucho más salvaje. Supongo que me funciona también de una forma más metafórica (recordemos que hablamos de relatos, de ficciones): quizás sea una forma de hablar de los cambios en general, de las sorpresas con las que uno se encuentra a veces y te hacen pensar: no sabía que yo podía llegar a ser así.
¿Por qué pensaste en Sergio Bizzio para co-guionarla?
Porque leí Rabia, que es una de las mejores novelas de los últimos años, y me pareció que podía construir racionalmente desde lo irracional, que es algo que me interesa mucho como método. Tiene arrojo, es impulsivo y tiene un gran oído para los diálogos. Y en la etapa de guión, el momento de plasmar por primera vez una aproximación cinematográfica, me funciona mucho mejor trabajar en colaboración o por reacción, según cómo se vaya desarrollando la cosa. En esos inicios es más probable que uno sepa más lo que no es, que lo que puede llegar a ser la futura película.
Cinematográficamente hablando, ¿qué te resulta atractivo del desierto en tanto entorno y/o personaje?
Dramáticamente el tema del aislamiento, de no estar bajo la mirada de los demás, puede sacar a luz otras facetas de los personajes. Creo que esa condición permite una libertad de acciones que en otro entorno sería quizás más cuestionable, pero acá se abre el beneficio de la duda. Nadie sabe cómo puede ser cada uno en circunstancias extremas.
¿Y en cuanto al diseño visual?
Creo que hay algo tremendamente atractivo en trabajar con menos elementos. Componer solo con el horizonte y dos personajes tiene el atractivo de encontrar las infinitas variaciones de ese motivo, y eso a la larga ordena y va trazando un estilo. A los que nos formamos viendo cine esos entornos nos llevan a pensar inmediatamente en Ford y sobre todo en los Western, que son una de las formas más bellas del cine.
¿Cómo fue recibida Al desierto en el festival de Mar del Plata?
Fueron las funciones donde sentí que el público acompañaba mejor cada paso de la historia. Aflojaba en los momentos de humor y se creaba un silencio de sala inquietante, absoluto, en los momentos de tensión. Fue la vez en que pude apreciar mejor la fotografía y lo que habíamos planteado como diseño de sonido. En cuanto a las críticas, están publicadas. Creo que la mayoría pudo leer la película en el mismo sentido que los que la hicimos. Podríamos decir que es un thriller, que no está ausente el western, que avanza como una road movie, pero en definitiva estamos contando un drama intimista, y todo eso que parecería muy complejo en el mejor de los casos, o un pastiche en el peor, pero fue leído como una combinación natural de la historia, sin pescarle los hilos.
Trabajaste tanto en el terreno del documental como en el de la ficción.
¿Te identificás, o te sentís más cómodo, con alguno de los dos?
Me gusta generar ese espacio ambiguo de que hay algo que es un poco más complejo de establecer, que no responde a un parámetro previo. Porque obliga a pensar en cómo establecemos los límites, o en todo caso a tomar conciencia de que las categorías son una arbitrariedad, que no existen de por sí. Hay una sensación de documental en Al Desierto, así como había una sensación de ficción en El Etnógrafo.