Al desierto, de Ulises Rosell

“Dramáticamente, el tema del aislamiento, de no estar bajo la mirada de los demás, puede sacar a luz otras facetas de los personajes. Creo que esa condición permite una libertad de acciones que en otro entorno sería quizás más cuestionable, pero acá se abre el beneficio de la duda. Nadie sabe cómo puede ser cada uno en circunstancias extremas”, dice Ulises Rosell (Bonanza, El descanso, Sofacama, El etnógrafo) acerca de su nueva película, Al desierto, protagonizada por Jorge Sesán y Valentina Bassi, y que participó en el Festival de San Sebastián y en la competencia internacional del Festival de Mar del Plata, donde Sesán ganó el premio al Mejor Actor Argentino otorgado por SAGAI.

El aislamiento del que Rosell habla es el que sufren sus personajes varados en el medio del desierto, intentando escapar de una muerte que, por momentos, parece inevitable. Para peor, no son parientes, ni conocidos, ni amigos, sino que uno es un secuestrador, y la otra es su secuestrada. Este vínculo, que de grato no tiene nada, va a ir mutando a medida que avanza el relato y va a mostrar otras aristas, algunas impensables.

Todo comienza cuando Julia (Valentina Bassi), una empleada de casino de Comodoro Rivadavia a la que su salario apenas le alcanza para pagar el alquiler, conoce a Gwynfor (Jorge Sesán), que le ofrece un puesto en la petrolera donde él trabaja y también le propone llevarla a la empresa en su propia camioneta. Julia acepta y en cuestión de horas ya están en camino. Pero las verdaderas intenciones de Gwynfor son otras. Es por eso que cuando Julia se da cuenta de que está siendo secuestrada, no le queda otra alternativa que intentar bajarse de la camioneta a la fuerza. No lo logra, pero sí golpea a Gwynfor y hace que pierda el control del vehículo, que termina volcando.

Secuestrador y secuestrada resultan ilesos, pero la camioneta queda destruida. Lejos de cualquier zona poblada, Julia y Gwynfor tienen que enfrentarse a la aridez del desierto y, mal que les pese, están obligados a ayudarse el uno al otro para no terminar muertos en la soledad más árida.

Como una mezcla del western con la película de supervivencia, Al desierto transita cómodamente ambos géneros, sin que ninguna situación resulte forzada con el fin de hacer más dramática la situación general. Todas las cosas que pasan, los pequeños pero importantes incidentes, emanan de una narrativa precisa y articulada. Sobre todo, de una narrativa que, para bien, nunca adelanta las sorpresas que depara el camino. Del mismo modo, tampoco los personajes saben qué aspectos de sus personalidades van a aflorar – incluyendo aspectos que ni ellos mismos sabían que tenían.

Otro mérito de Al desierto es que a pesar de que se sabe poco y nada de los protagonistas, esto no quita que la travesía en sí misma esté cargada de cierta tensión y de una marcada fisicidad. Es que Rosell supo aprovechar los elementos dramáticos que el desierto ofrece e hizo de él un espacio de lucha por sobrevivir, pero también un espacio de conflictos emocionales. Rosell tiene una amplia experiencia como director de documentales y sabe muy bien cómo registrar y representar lo auténtico y singular de toda una región. Y esto se nota particularmente en la muy expresiva fotografía y el cuidadísimo diseño de sonido.

No caben dudas de que no desarrollar los personajes es una decisión voluntaria del Rosell y de su co-guionista, Sergio Bizzio.. Se entiende que no son ellos, en tanto individuos, los que importan, sino que lo que importa es su derrotero. Esto no es ningún problema para que la travesía por el desierto sea atractiva y atrapante. Pero sí lo es para darle sustancia al drama, sobre todo para darle sentido a la transformación del vínculo entre Julia y Wynfor, sobre el final. Es entonces cuando se hace más evidente que el viaje emocional de la pareja a la deriva no está construido con la misma solidez con la que está construido el viaje físico.

Y por eso la odisea en el desierto es bien convincente, mientras que el destino final del viaje, en tanto drama, no lo es tanto. Lo que no quita que, más allá de estos reparos, Al desierto es una película que marca un paso más que interesante en la carrera de un director con identidad propia. No es poco.

Al desierto (Argentina, Chile, 2017). Puntaje: 7

Dirigida por Ulises Rosell. Escrita por Ulises Rosell y Sergio Bizzio. Con Valentina Bassi, Jorge Sesán, José María Marcos, Gastón Salgado, Germán de Silva. Fotografía: Julián Apezteguía. Música: Eduard Artemiev, Merle Travis, Miranda y Tobar. Montaje: Alejandro Brodersohn. Dirección de arte: Marina Raggio, Nicolás Oyarce. Sonido: Enrique Bellande. Duración: 94 minutos.