Sin duda, lo más singular de Loving Vincent, de Dorota Kobiela y Hugh Welchman, es que es el primer largometraje enteramente compuesto por pinturas animadas, una película de animación que homenajea el trabajo de uno de los grandes maestros del postimpresionismo, el famoso pintor holandés Vincent Van Gogh. Pero no es solo eso. O, dicho de otro modo, ser eso ya de por sí es mucho. Y para bien.
Se podría decir que es un comic con movimiento construido a partir de un guión que toma como referencia más de 130 pinturas de Van Gogh. A eso se le suma el trabajo de cientos de artistas e ilustradores que crearon miles de imágenes pintadas a mano sobre óleo imitando la paleta y el estilo del autor de La noche estrellada sobre el Ródano, Café de noche y El retrato del doctor Gachet. Esas imágenes fueron tratadas via rotoscopiado manual y luego registradas por otra cámara para la animación definitiva. Y a lo largo de 12 días se desarrolló el rodaje con actores reales que interpretaron personajes provenientes de distintas obras del maestro holandés.
El resultado bien podría ser una gran proeza técnica que se quedara en eso y nada más. Pero no lo es. Loving Vincent no será una obra maestra y hasta quizás tampoco es la gran película que parece querer ser, pero sí es una buena película con una génesis extraordinaria, una estética deslumbrante y una historia más que llevadera. Incluso, por momento, es una película genuinamente emotiva y cercana. Y eso que la historia central es totalmente inventada, una excusa para adentrarse en algunos de los tantos caminos que recorrió Van Gogh y así conocerlo lo mejor posible. Algo que no es nada fácil.
Porque las primeras preguntas que se la hace la película son: ¿Y si Van Gogh no se suicidó? ¿Y si el balazo que lo mató fue disparado por otra persona? ¿Y si fue un accidente? Y para ensayar respuestas a estos interrogantes, Loving Vincent se imagina, en primer lugar, el sinuoso viaje que recorrió la última carta que el pintor le escribió a su hermano Theo (es sabido que Vincent escribió más de 600 misivas a su querido hermano). Es, precisamente, una carta que Vincent envió justo antes de morir, pero que Theo no leyó nunca porque él mismo murió al poco tiempo.
Y esta carta esquiva y misteriosa es llevada de aquí para allá por Armand (Douglas Booth), el hijo del cartero, Joseph Roulin (Chris O’ Dowd) mientras distintos personajes aparecen y desaparecen para dar su parecer (cada uno con una opinión diferente sobre qué pudo haberle pasado a Vincent) y así se desarrollan partes de la vida y momentos de la muerte del gran maestro – el actor polaco Robert Gulaczyk interpreta a Vincent, Cezary Lukaszewicz a Theo y Piotr Pamula a Paul Gaugin.
Por otra parte, es cierto que la historia no se sostiene tan bien a lo largo de toda la película. Quizás porque está muy fragmentada, quizás porque es más un bonito juego narrativo que un drama atrapante en profundidad, o simplemente tal vez porque no tiene muchos pliegues. Eso no quita, ni por un momento, que Loving Vincent sea realmente muy efectiva en muchas partes. Es el todo lo que no termina de cerrar.
De la misma manera, al comienzo la potencia estética es impresionante y así se mantiene por un buen tiempo. Realmente son pinturas y realmente se mueven. Aunque no todas y no al mismo tiempo. Lo que lo hace más interesante. Claro que cuando el ojo se acostumbra, el efecto empieza a perder un poco de su impacto inicial. Ya no sorprende tanto. Pero, aún con estas salvedades, Loving Vincent es una experiencia sin igual que no hay que dejar pasar. Y no hace falta ser un amante de la pintura. Alcanza y sobra con ser un espectador de buen cine.
Loving Vincent (Reino Unido, Polonia, 2017). Puntaje: 7
Dirigida por Dorota Kobiela y Hugh Welchman. Escrita por Dorota Kobiela, Hugh Welchman, Jacek Dehnel. Con Douglas Booth, Robert Gulaczyk, Jerome Flynn, Saoirse Ronan, Helen McCrory, Chris O’Dowd, John Sessions. Música: Clint Mansell. Fotografía: Tristan Oliver, Lukasz Zal. Montaje: Dorota Kobiela, Justyna Wierszynska. Duración: 94 minutos.