Blade Runner 2049, de Denis Villeneuve

Lo primero que hay que tomar en cuenta, sin pensarlo dos veces, es que una segunda parte de Blade Runner (1982) era una movida muy riesgosa, con muchas chances de salir mal. Y por varios motivos, todos igual de relevantes.

Para empezar, es una de las mejores películas de ciencia ficción de la historia del cine. También es un film noir futurista que no tiene nada que envidiarle a los mejores noir de los 40’s y los ‘50s. Del cruce de esos dos géneros, nace una película que no hace agua por ningún lado: el guión es impecable y la realización es sublime. Es perfecta, pero no a lo Kubrick, ya que Blade Runner sí emociona y conmueve. Nunca es tediosa, sino todo lo contrario – y eso que de simple no tiene nada. Es la mejor película de Ridley Scott – aunque es verdad que Alien (1979) también podría pelearle el primer lugar. Como si fuera poco, Blade Runner se puede volver a ver una y otra vez porque no envejece. Y no va a envejecer nunca.

Por todas estas razones, Blade Runner 2049 (2017) es la película que tiene, antes que nada, el mérito de haberse animado a existir. Producida por Ridley Scott, dirigida por Denis Villeneuve (La llegada, Sicario, El hombre duplicado), guionada por Hampton Fancher (Blade Runner) y Michael Green (Logan, Alien Covenant), y protagonizada por Ryan Gosling, Robin Wright, y Harrison Ford, Blade Runner 2049 no es, ni por casualidad, el desastre que muchos anticipaban o esperaban que fuera.

Tampoco es una gran película de esas que no se olvidan. Pero se podría decir que tiene tantos logros como desaciertos. Por eso, sin ser muy exigente, puede ser disfrutable y relativamente estimulante. Porque, por un lado, enlaza perfectamente con un par de temas centrales que plantea la original e incluso expande un poco el territorio y abre nuevas puertas. Por otro lado, está filmada con sumo profesionalismo, sin un solo detalle dejado de lado, con precisión y buen gusto. Lo que no significa que su narrativa funcione igual de bien. Porque ya se sabe que la excelencia técnica y el cuidado estético no necesariamente resultan en un muy buen relato.

Todo transcurre en Los Ángeles en el año 2049, 30 años después de la Blade Runner original, también en un mundo distópico de una frialdad glacial. Un nuevo tipo de replicante, considerablemente más obediente, ha sido desarrollado por una corporación liderada por Niander Wallace (Jared Leto). Uno de estos modelos es también un “blade runner”, es decir un cazador y exterminador de replicantes más viejos que ya han sobrepasado su tiempo de vida útil, pero aún así siguen “vivos”. Se lo conoce como K., a secas, y está interpretado por Ryan Gosling, con templanza, matices y presencia, pero sin raptos de genialidad ni momentos inolvidables.

K. parece estar siempre cansado, aburrido y hasta se diría angustiado. Todo esto, para ser un replicante, no es poca cosa. Aunque, se sabe, que estos replicantes pronto serán (¿o ya lo son?) más humanos que los humanos. Y eso es justamente algo muy preocupante para la jefa humana de K., la teniente Joshi (Robin Wright), que se esfuerza por mantener una clara frontera entre los humanos y los replicantes. Aunque ya debería haber quedado claro que los límites que separan a las dos partes son porosos y difíciles de distinguir. Si no, ¿cómo se explica que Joi (Ana de Armas), la novia de K., parezca tan pero tan real cuando, de hecho, es una aplicación de una sofisticada inteligencia artificial? ¿Cómo saber cuando alguien es humano y cuando no lo es? ¿Qué significa ser humano en este mundo distópico?

Si los replicantes fueron creados a semejanza de los humanos, entonces podrían tener sentimientos, sueños y deseos – y aún más. De ahí que un secreto muy importante eventualmente cambie toda la perspectiva, pero antes K. tendrá que transitar un peligroso camino en búsqueda de Deckard (Harrison Ford), el viejo blade runner, que no es un replicante. O quizás sí lo es. Eso está por verse.

Estas ideas ya estaban exploradas en Blade Runner (1982) y esta secuela propone ir más lejos en cuanto a la humanidad (o no humanidad) de los replicantes. Por eso y por otras cosas más, Blade Runner 2049 no toma la original para simplemente homenajearla y luego refritarla, sino para extender su alcance y construir algo nuevo desde otra mirada.

Como casi todas las películas de Villenueve, Blade Runner 2049 tiene aspectos formales que van mucho más allá del virtuosismo por el virtuosismo en sí mismo. En la admirable fotografía aparecen los enormes rascacielos bien iluminados, los grandes carteles publicitarios (ahora en 3D), las sinuosas calles oscuras y peligrosas y los grandes paisajes sin vida. Hay también, por todos lados, una amarga melancolía y una angustiante sensación de tiempo perdido. Más que un mundo, Blade Runner 2049 presenta un universo vacío, cruel e indiferente.

Del mismo modo, el diseño de sonido, a veces ominoso y cargado de tensión, otras veces inquietantemente deshumanizado, le da espesor dramático a todo eso que se ve en elocuentes imágenes. Se podría decir que hay todo un nivel de la película que se crea y se traduce a través del sonido. Tanto en campo como en fuera de campo, hay mundos que existen con más o menos vitalidad – aunque en algunos solo hay muerte.

Pero en todo este entramado tan bien armado hay un problema que no es menor: el tono general del relato. Porque es demasiado distanciado y un poco solemne. Esto se hace más evidente durante la primera mitad, después ya se naturaliza un poco y molesta menos. Aparte, en términos dramáticos, es poco lo que ocurre durante la primera parte y, sin embargo, Villenueve se toma todo el tiempo del mundo para narrarlo (la duración, 163 minutos, no ayuda). Ya cuando los personajes, sus conflictos y sus ramificaciones empiezan a tomar cuerpo, el ritmo se torna ágil y es más fácil para el espectador involucrarse en el drama. Es recién entonces cuando Blade Runner 2049 deja de ser tediosa.

Ciertamente, la Blade Runner original no es un melodrama. Pero sí despierta emociones y sentimientos a la vez que estimula diversas reflexiones. Y el espectador se puede identificar tanto con los replicantes, esos Otros eternamente perseguidos, como con el blade runner atormentado que tiene como misión liquidarlos. Dicho de otro modo: Blade Runner funciona tan bien en el nivel afectivo como en el intelectual. Quizás incluso apunta más al corazón que al cerebro.

En Blade Runner 2049 esto no pasa ni por asomo – al menos no durante gran parte del relato. Es como si el alma que los replicantes no tienen estuviese también ausente en la película misma. Y una película sin alma deja sabor a poco.

Por suerte, unos 40 minutos antes del final aparece Deckard (Harrison Ford) y entonces Blade Runner 2049 renace con brío y adrenalina. Aparte, el uso del humor de la mano de Deckard es bienvenido ya que humaniza a los personajes y sus circunstancias, sean humanos o replicantes. Que, para el caso, muchas veces es lo mismo.

Blade Runner 2049 (EEUU, Reino Unido, Canadá, 2017). Puntaje: 7

Dirigida por Denis Villeneuve. Escrita por Hampton Fancher, Michael Green. Con Ryan Gosling, Harrison Ford, Ana de Armas, Sylvia Hoeks, Robin Wright, Jared Leto, Mackenzie Davis, Carla Juri, Lennie James, Dave Bautista, Hiam Abbass, Sean Young. Fotografía: Roger Deakins. Música: Benjamin Wallfisch, Hans Zimmer. Montaje: Joe Walker. Duración: 163 minutos.