-¿Eres tú el que encontró la oreja?
-¿Cómo lo sabes?
-Simplemente lo sé, eso es todo.
Así, con una pregunta tan singular, y saliendo de la nada o, mejor dicho, saliendo de la oscuridad de la noche e iluminada como una virgen, envuelta en una brisa suave y con música celestial de fondo, Sandy (Laura Dern) se presenta a Jeffrey (Kyle Maclachlan) y le cuenta que escuchó algunas cosas relacionadas con una oreja.
Hay una mujer, una cantante (que vive en un edificio de departamentos muy cerca de su casa y del lugar donde él encontró la oreja) a la que la policía estuvo vigilando en secreto durante dos meses. Sandy se enteró porque su cuarto está arriba de la oficina de su padre, el Detective Williams (George Dickerson). Es que ella escucha, también en secreto, cosas sueltas acerca de casos policiales de Lumberton. Algunos son muy turbulentos. Quizás porque éste es un mundo extraño, dice Jeffrey, mientras caminan y conversan hasta llegar a la esquina de la calle Lincoln.
Como quien ofrece el fruto de la tentación, Sandy le muestra cuál es el tenebroso edificio donde vive la mujer. Fascinado, Jeffrey observa el territorio prohibido. Por curiosidad, arma un plan para entrar en secreto (y con la ayuda de Sandy) al departamento de Dorothy Vallens (Isabella Rosellini), la cantante vestida de terciopelo azul que está siendo sometida y abusada sexualmente por Frank Booth (Dennis Hopper), un psicópata que secuestró a su marido y a su hijo para extorsionarla. Más adelante Dorothy va invitar a Jeffrey a ser su amante secreto, pero también a rescatarla del Mal, Jeffrey comienza un viaje apasionado y febril entre dos mundos, uno agradable y conocido, y el otro muy sombrío y aterrador.
Son dos mundos que, en realidad, hacen uno y habitan en Blue Velvet (1986), el tercer largometraje de David Lynch que fue presentado en el Festival de Venecia y rechazado por pornográfico. Seguramente fue su atmósfera, a veces cruda y perturbadora, lo que realmente motivó esta decisión absurda – y no sus escenas de sexo. Pero, en cambio, entró en el Festival de Cine Fantástico de Avoriaz, donde ganó el Grand Prize. Y así empezó a tener el reconocimiento que se merecía. Como con The Elephant Man, Lynch otra vez fue nominado al Oscar como Mejor Director. Es que Blue Velvet evidencia una perfecta fusión entre forma y estilo, es un film de culto, y muy probablemente sea su obra maestra.
Y nada mejor que el muy inspirado documental Blue Velvet Revisited para evocar y reflexionar sobre el complejo universo Lynchiano que se despliega a partir del hallazgo de la oreja más misteriosa de la historia del cine. Escrito, editado, fotografiado y dirigido por el alemán Peter Braatz, Blue Velvet Revisited tiene su génesis hace ya mucho tiempo, exactamente en 1985, cuando Braatz, entonces apenas un estudiante, le pidió permiso a Lynch para documentar su nueva película, que iba a filmarse en Wilmington, North Carolina. Lynch accedió de inmediato y Braatz se hizo presente en el rodaje. Con una cámara Súper 8 mm filmó escenas varias del backstage, grabó unas cuantas partes del diálogo, entrevistó al director, a los actores y a miembros del equipo técnico, y también hizo mucha foto fija.
De todo ese material en bruto, Braatz seleccionó lo justo y necesario para construir, más de 30 años después, un documental bastante poco ortodoxo, una suerte de collage audiovisual musicalizado por los rockeros Tuxedomoon, que no solo revela detalles hasta ahora desconocidos sobre Blue Velvet, sino que también tiene, en sí mismo, algunos rasgos de estilo – una fotografía que evoca mundos oníricos, un aire diáfano que atraviesa el relato, una sensación de tiempo suspendido- que son propios de la estética Lynchiana. Pero no es una copia directa y mecánica. Es, en cambio, una interpretación del universo del cineasta en aras de crear algo nuevo.
Entre los tantos fragmentos de entrevistas, es más que interesante descubrir que, ya en 1985, el siempre visionario Lynch anticipaba los cambios posibles y positivos que traerían las nuevas tecnologías a la hora de hacer cine. En el futuro, dice el cineasta, las computadoras podrán acelerar el arduo trabajo del rodaje y entonces así los directores van a poder concentrarse casi exclusivamente en las cuestiones de carácter narrativo y estético, en vez de perder tanto tiempo con aspectos técnicos y logísticos. No hace falta decir que el tiempo le dio la razón.
Lynch habla, siempre con cortesía y sin divismo alguno, de temas varios y de un modo informal. Habla de sus comienzos en el arte, de su formación como artista plástico, de su viaje a Europa, de su fascinación por los paisajes industriales y el material orgánico, y de lo importante que ha sido la meditación en su vida. Como ya es sabido, se rehúsa a hablar del significado de sus películas, pero sí habla de los sentimientos que nacen de hacerlas y de cuán satisfecho está con el proceso de creación de Blue Velvet. Porque le gustan mucho todas sus partes individualmente y por eso anticipa que el resultado final también le va a gustar tanto o aún más. Dice, también, que es una película donde todo está saliendo exactamente como lo concibió. Lo que no sorprende porque cualquiera que haya visto Blue Velvet sabe que su forma fílmica es simplemente perfecta.
De especial interés son los fragmentos de las entrevistas a Dennis Hopper, Jack Nance, e Isabella Rossellini (entre otros), en los que solo se escuchan sus voces yuxtapuestas con imágenes del backstage y una serie de fotografías, ya que comparten sus impresiones, siempre subjetivas, con los espectadores. Porque a nadie le importan los datos objetivos y la información dura, eso no dice nada de una película. Y tampoco de su director. Es mucho más interesante escuchar a Dennis Hopper comentar cómo él, en tanto director, nunca tardaría tanto tiempo para filmar una escena, como sí lo hace Lynch. Y eso no es una crítica, sino solo una observación que enfatiza cómo cada director piensa el cine a su manera.
Es probable que lo más memorable sea una escena donde vemos a Isabella Rossellini ensayar su versión de la canción de Ray Orbison que le da origen al título del film mientras Braatz la filma disimuladamente con su cámara Súper 8. Como es parte del backstage, no está el glamour que esa escena tiene en el montaje final, pero sí están las mismas emociones a flor de piel junto a una poderosa sensación de ser testigo de un momento único. Es que, ya se sabe, Blue Velvet es una de esas películas extrañas y maravillosas que nunca se olvidan.
Blue Velvet Revisited (Estados Unidos-Alemania, 2016). Puntaje: 8
Guión, edición, fotografía y dirección: Peter Braatz. Música: John Foxx y Erik Stein. Duración: 86 minutos. En el Malba, los sábados a las 20 h. Y en BAMA.