La morgue, de André Øvredal

Lo primero que hay que decir es que La morgue no es una película de terror más. El título original es The Autopsy of Jane Doe (La autopsia de Jane Doe, es decir de Fulana de tal, de Juana Pérez) y en ese título está la razón de ser de un horror inusitado que se revela muy de a poco hasta que se desata con considerable furia. La dirige el noruego André Øvredal, de quien acá se editó en video Trollhunter, que claramente tiene sus aciertos, pero de miedo hay poco y nada. La morgue no tiene nada que ver.

Obviamente, una buena parte de la historia está centrada en una autopsia. Pero no es una autopsia cualquiera, sino una mostrada en extremo detalle, desde distintos ángulos, más de cerca o más de lejos, y siempre con el gore de rigor – o incluso un poco más. No es revulsiva pero tampoco es fácil de ver.

Todo empieza en la escena de un crimen en una casa donde una familia fue asesinada salvajemente. No se encuentran huellas que indiquen la entrada de asesino ni otras que señalen que hubo intentos de impedir que entre. Curiosamente, sí hay signos que muestran que las víctimas habrían intentado huir de su propia casa. Pero lo más raro es que en el sótano la policía encuentra el cuerpo desnudo e inmaculado de una joven mujer desconocida, un cuerpo recostado boca arriba como si fuera una estatua.

El cadáver exquisito es llevado a una morgue privada de Virginia que está en un gran caserón familiar y es manejada por un hombre grande, Tommy Tilden (Brian Cox) y su hijo Austin (Emile Hirsch), quienes a pesar de su vasta experiencia se quedan bastante desconcertados al ver ese cuerpo en tan perfecto estado. Pero lo más escalofriante – por ejemplo, horrendas marcas de torturas de todo tipo – va apareciendo a medida que el bisturí se abre paso entre la piel, los tejidos y la carne. Asimismo, esta autopsia se convierte, involuntariamente, en una vejación más a un cuerpo que ya tiene una historia terrible.

Aparte de un comienzo impactante y un final bien contundente, La morgue tiene algo que pocas películas de terror actuales tienen: una construcción del suspenso bien gradual, una confianza en el poder de la intriga, una tensión in crescendo. Claro que también hay sustos previsibles, algunos golpes de efecto, ciertos clichés (una tormenta que sale de la nada, puertas que se abren, luces que se apagan, un gato que …), pero son apenas complementos que le dan un toque de color. Porque lo que importa es construir el momento justo para que cuando comience lo sobrenatural y macabro, entonces ahí sí todo el escenario sea creíble – por más extraño que sea.

Parte de esa verosimilitud también tiene que ver con las actuaciones de Cox y Hirsch, quienes en un registro naturalista muy convincente transmiten la sensación de que realmente son padre e hijo. A todo estoy, hay un subtexto interesante en esa relación padre-hijoy está vinculado a todo el horror circundante. Primero, porque existe un fuerte deseo por parte del hijo en dejar a su padre con el negocio familiar e irse a vivir su vida con su novia a otro lugar. Segundo, porque también hay una dolorosa muerte reciente en la familia, lo que hace que irse del hogar pueda ser leído como un abandono. Por todo eso, quizás los deseos inconcientes del padre por retener a su hijo sean tan fuertes y peligrosos como para encontrar una forma de manifestarse que de amable no tiene nada – más bien todo lo contrario.

Como punto en contra, La morgue incurre en un error muy común en muchas películas de terror, aunque en este caso no es tan grave. Porque ya promediando el metraje, a través de diálogos entre padre e hijo, se comienza a explicar la naturaleza del conflicto. Por qué y cómo el cuerpo de Jane Doe es responsable de lo que está pasando es ahora un tema de discusión. Así, lo único que se logra es quitarle peso al misterio, poner en riesgo el clima tan bien construido. ¿Qué necesidad hay de explicar por qué pasa lo que pasa cuando lo que se ve ya de por sí provee suficiente información? ¿Acaso no es más interesante dejar una buena parte de la intriga sin explicitar?

Es un desacierto, sin duda, pero hay tantas otras cosas bien hechas que rápidamente el efecto anticlimático de la racionalización se difumina y La morgue vuelve a ser lo que era: una muy buena película de terror, como las de antes, con un subtexto bastante perturbador y una atmósfera general de progresiva incertidumbre y espanto.

La morgue (The Autopsy of Jane Doe, Estados Unidos, Reino Unido, 2016). Puntaje: 8

Dirigida por André Øvredal. Escrita Ian B. Goldberg, Richard Naing. Con Brian Cox, Emile Hirsch, Ophelia Lovibond, Michael McElhatton. Fotografía: Roman Osin. Música: Danny Bensi, Saunder Jurriaans. Montaje: Peter Gvozdas, Patrick Larsgaard. Duración: 86 minutos.