El ídolo, de Hany Abu-Assad

Exhibida en los festivales de Rotterdam y Toronto, El ídolo, la nueva película del director Palestino Hany Abu-Assad, tiene una mirada y un tono completamente diferentes a los de las premiadas El paraíso ahora y Omar, dos de sus películas previas que tienen contundentes, sombrías y desgarradoras exploraciones de la adversidad y los dilemas morales del día a día en Palestina bajo la ocupación Israelí. Es que esta vez Abu-Assad despliega optimismo y esperanza desde y a través de la ficcionalización de la historia de la vida real de Mohammad Assaf, el cantante palestino criado en la Franja de Gaza que ganó el concurso televisivo Arab Idol (la versión árabe de American Idol).

Típico de la más clásicas y predecibles de las biopics (películas de biografías), el guión de Abu-Assad y Sameh Zoabi desarrolla, muchas veces a vuelo de pájaro, algunos puntos y aspectos esenciales en la vida de Mohammad, desde que era simplemente un niño más al que le gustaba mucho cantar (y lo hacía muy bien) hasta que se convirtió en una figura famosa, un símbolo de optimismo para el mundo árabe.

Porque ya a sus 10 años Mohammad soñaba con hacer de la música su profesión. De hecho, junto con Nour, su hermana dos años mayor, y con dos amigos tienen una pequeña banda que toca en algunas bodas y fiestas – para el placer de muchos y el desagrado de otros que no aceptan que los niños toquen en público. Sus padres lo apoyan y dan lo mejor de sí para que su sueño se haga realidad. Pero este clima de alegría se ve interrumpido por la tragedia cuando una enfermedad terminal afecta a Nour.

Ése es un buen ejemplo de uno de los problemas que tiene El ídolo: la enfermedad aparece de la nada, tiene un tratamiento superficial y parece más un golpe de efecto melodramático que el relato de un hecho de la vida real (que sí lo es). De la misma manera, algunas cuestiones nodales asociadas a las condiciones socio-políticas de la región se desarrollan sin ahondar mucho en sus repercusiones – exactamente lo opuesto ocurre en Paraíso ahora y Omar. Es que las exigencias de un producto masivo dictan, de uno y otro modo, que nada sea tratado con demasiada complejidad.

Sigue un salto en el tiempo y Mohammad Assaf ahora es un joven con un objetivo preciso: atravesar la frontera (tarde ardua si la hay) para llegar a El Cairo y así participar en Arab Idol, el competitivo certamen que eventualmente lo hará famoso. Cuando esto ocurre, Hany Abu-Assad mezcla material de archivo original (transmisiones televisivas reales) con secuencias de ficción hechas para la película, otro procedimiento formulaico que encima se ve desparejo y se siente forzado – aunque algunos planos sí son emotivos.

Para rescatar, sin dudarlo un segundo, están las muy naturales actuaciones de Qais Atallah, como Mohammad de niño, y de Hiba Atallah, como su hermana Nour, mientras que Tawfeek Barhom, como Mohammad joven, está correcto y tiene cierta expresividad, pero carece del carisma y de la belleza del verdadero Mohammad. Hay un buen ritmo, una progresión dramática ágil y un clima general moderadamente verosímil gracias a la discreta fotografía de Ehab Assal. Pero nada de todo esto hace que El ídolo deje de ser un producto menor en la filmografía de un director usualmente muy interesante.

El ídolo (Ya tayr el tayer, Egipto, Palestina, Qatar, Reino Unido, Holanda, 2015).

Puntaje: 5

Dirigida por Hany Abu-Assad. Escrita por Hany Abu-Assad y Sameh Zoabi. Con Tawfeek Barhom, Kais Attalah, Hiba Attalah. Fotografía: Ehab Assal. Música: Hani Asfari. Montaje: Eyal Salman. Duración: 98 minutos.