Recientemente estrenada en el circuito comercial, Primero enero, la opera prima escrita y dirigida por el cordobés Darío Mascambroni, comenzó su recorrido cuando participó en la competencia argentina del BAFICI 2016. Si bien inicialmente no provocó un impacto extraordinario, también es verdad que gustó a una buena parte del público y la crítica. De todos modos, que finalmente se haya llevado el premio a mejor película argentina fue, para muchos, una verdadera sorpresa.
Por un lado, porque aún con sus aciertos, que no son pocos, Primero enero no deja de ser una buena película que satisface algunas de las expectativas que genera, pero también queda a mitad de camino en relación a otras. Es una obra sensible, hecha con mucho esmero y que transmite una seductora sensación de honestidad emocional. Y esto no es algo muy frecuente en el cine independiente argentino que, muchas veces y muy a su pesar, peca de artificialidad. Pero, también tiene cierta falta de profundidad narrativa, una mirada un tanto panorámica, que hacen que su potencial dramático quede un tanto trunco.
Se podría decir que Primero enero es una película contemplativa, reflexiva, acerca de la relación entre Jorge (Jorge Rossi), un padre recientemente divorciado, y Valentino (Valentino Rossi), su hijo de 8 años, en los días que ellos realizan una última visita a la casa de las sierras donde pasaban los veranos en familia. Porque pronto la casa estará en venta y seguramente por eso los recuerdos amenazan con esfumarse. Como es usual en esos momentos en los que hay que soltar el pasado y encarar un nuevo presente, esta última visita a la casa está llena de melancolía, introspección, y nostalgia.
Dado que el relato se articula en torno a una serie de minutos íntimos e instantes fugaces, no existe una trama en el sentido clásico – lo que es tanto un acierto como un problema. Porque, por ejemplo, enfrentarse a la ausencia de la madre justamente en ese lugar no tiene nada de fácil. De ahí que el diálogo creíble y las situaciones auténticas que viven padre e hijo reflejan esa pérdida a la perfección. La fragilidad y la vulnerabilidad que ahora son parte de la vida de Valentino son bien tangibles, más que nada gracias al talento del pequeño actor.
A su vez, la fotografía y cámara de Nadir Medina nunca es invasiva y por eso su sutileza hace que los rostros sean tan elocuentes, con poco y nada de diálogo. Porque en este contexto apelar a las sensaciones y las emociones contenidas es el mejor recurso para hablar del complejo proceso que padre e hijo atraviesan.
Pero Primero enero también tiende a ser repetitiva en la enunciación del conflicto, casi redundante. Aún sin trama en un sentido clásico, hay un mínimo de crescendo dramático que debería estar presente en toda la película para mantener el interés, algo que funciona muy a medias. De hecho, solamente algunas situaciones, y muy de a poco, llegan a tener una resonancia fuerte. Muchas otras terminan siendo muy llanas. Como un muestrario de “escenas de vida”, Primero enero funciona bien, pero le cuesta ir más allá de eso que muestra.
Por eso, el verdadero mérito no está en la narrativa en sí, sino más bien en el tono, la mirada empática del realizador hacia sus personajes, sus penas, y sus momentos felices. Lo que realmente hace la diferencia es la incuestionable sensación de verdad.
Primero enero (Argentina, 2016) Puntaje: 6
Escrita y dirigida por Darío Mascambroni. Con Jorge Rossi, Valentino Rossi, Eva López. Fotografía: Nadir Medina. Montaje: Paola Raspo. Duración: 63 minutos.