Clara tiene 65 años, tuvo la suerte de conocer al amor de su vida de joven, pero también la mala suerte de enviudar hace 17 años. Entre otras cosas, es una muy respetada ex crítica de música nacida en una familia de clase media-alta de Recife, y hace ya mucho tiempo vive sola en el edificio Aquarius, en un amplio departamento atractivamente redecorado. Se puede decir que vive sola en el sentido más literal ya que ocupa el último departamento del tradicional edificio construido en los años 1940, para una clase con ciertos privilegios y en tiempos de bonanza económica. Es que hoy en día todos los otros departamentos son propiedad de una constructora que tiene planes de crear un nuevo complejo edilicio.
Clara juró que solamente muerta va a dejar su departamento, incluso a pesar de las inmejorables ofertas de compra por parte de la constructora. Ni siquiera las presiones (casi agresiones) que escalan progresivamente hacen que considere vender ese espacio de pertenencia tan querido, tan cuidado, tan lleno de sentido. Al fin y al cabo, es el lugar donde vivió días felices con su marido y donde crió a sus tres hijos, un espacio con huellas indelebles de otros tiempos. Pero Clara no es una persona melancólica ni mucho menos. Ella no trata de aferrarse al pasado, sino de seguir viviendo su propio presente tal como ella lo desea.
También es una sobreviviente de cáncer. Y éste no es un dato menor porque habla de una personalidad combativa y resiliente. A sus 65 años y con una cirugía de mamas que le dejó un solo pecho, Clara sigue siendo bella, seductora, y luminosa.
Es que este personaje tan magnético está interpretado por la siempre sensual Sonia Braga y la película es Aquarius, del brasileño Kleber Mendonça Filho (Sonidos vecinos), ahora estrenada comercialmente después de su paso por la competencia oficial del festival de Cannes, y después por el festival de Mar del Plata, donde ganó el premio a mejor actriz y también el premio del público.
Para los argentinos, Sonia Braga es Doña Flor y la Mujer Araña, pero en su país esta estrella de una belleza incandescente continuó su carrera en muchísimas películas y series de televisión. También, eventualmente, participó en algunos largometrajes de EEUU. Pero es Aquarius la película que le brinda un regreso con gloria en un protagónico hecho a medida para que se luzca en cada escena, en cada plano, en cada línea de diálogo.
Porque si bien Clara es un personaje con matices, es la actriz quien le agrega unos cuantos más que en el guión no están. A la vez, no quedan dudas de que Kleber Mendonça Filho también tiene un gran talento para dirigir a sus actores porque todo el elenco está en un registro naturalista muy afinado, nunca forzado.
Esa naturalidad con la que los personajes habitan y atraviesan el drama es uno de los grandes logros de Aquarius, quizás el más visible. El día a día de Clara, con sus idas a nadar a la playa, sus salidas a la noche con sus amigas, las charlas con sus hijos, sus pasatiempos, toda esta cotidianeidad está narrada con un sensible sentido de lo real, de aquello que está aconteciendo aquí y ahora.
Para registrar todo eso, nada mejor que una cámara invisible que captura los grandes gestos y también los más minúsculos, y que a la vez va de la mano de un montaje límpido y pausado. Incluso los zooms setentosos, que seleccionan e integran pequeños fragmentos de la realidad de Recife dentro de un marco m{as general, no son disruptivos ni incómodos. Se podría objetar, en todo caso, que se sienten artificiales, sobre todo dentro de este clasicismo tan cuidado, pero curiosamente no molestan. Tampoco la enfática y a veces ampulosa musicalización se torna excesiva, fundamentalmente porque su función es dramática, establece un clima, y no es un adorno sin razón de ser..
En cambio, el talón de Aquiles de Aquarius está en los diálogos. No porque no sean verosímiles o porque estén mal hablados, ya que dentro de su estilo no tienen fallas. El problema, en todo caso, es el estilo en sí mismo. Casi todo lo que se dice, o al menos mucho de lo que se dice, se dice de una manera muy terminante, sin ambigüedades, casi sin subtexto o con un subtexto obvio. Es el tipo de diálogo que ancla el sentido de las escenas con un subrayado fuerte como para que todos entiendan muy bien qué se quiso decir. Y aún sin diálogo hay unas cuantas escenas que funcionan apenas como enunciaciones de ideas.
Si bien ser tan explícito es una opción deliberada y legítima como cualquier otra, también es verdad que en muchos casos no es necesaria, y en vez de sumar, resta. Aparte, puede ser muy interesante no saber bien qué le pasa a un personaje o por qué le pasa lo que le pasa. Sobre todo cuando podrían existir interpretaciones varias que le darían mayor riqueza al conflicto central. En un drama que se pretende complejo, ser tan directo no es precisamente la estrategia más noble, aunque si la más fácil y la más segura.
Si no se cuestiona esta forma narrativa, entonces Aquarius es una película casi perfecta. Cumple con todas las expectativas que genera, tiene hallazgos técnicos y cohesión estética – sobre todo la fotografía – y está narrada con solidez. Hay un retrato creíble de la lucha del hombre solo (en este caso, de la mujer sola) contra los estragos del llamado progreso. Y si bien está muy visto, todavía sigue siendo eficaz. Incluso hay unas cuantas escenas muy bien resueltas (la reunión de amigas que salen para ir a bailar es tan espontánea como genuina.
Pero si se espera una buena cuota de sutileza y vaguedad, o una mirada más oblicua, Aquarius no es la película indicada. Ni busca serlo. Es por eso que muy claro que es la película que su director y guionista quiso hacer. Porque todo está muy pensado, muy digerido, tanto para bien como para mal.
Aquarius (Brasil-Francia, 2016). Puntaje: 7
Dirigida y escrita por Kleber Mendonça Filho. Con Sonia Braga, Maeve Jinkings, Irandhir Santos, Humberto Carrão, Zoraide Coleto, Fernando Teixeira. Fotografía: Pedro Sotero, Fabricio Tadeu. Montaje: Eduardo Serrano. Duración: 142 minutos.