
Una de las películas más interesantes en cartelera es, sin duda, Yo y la que fui, un lúcido documental sobre la fotógrafa Adriana Lestido, dirigido con tanto afecto como talento por la fotógrafa y cineasta Constanza Niscovolos, que se puede ver en el Cine Arte Cacodelphia los domingos de agosto a las 17h, y en Malba Cine los sábados de agosto a las 18h. Y no son solo las imágenes de Lestido las que son elocuentes, sino también sus palabras.
Al comenzar Yo y la que fui, se te ve abriéndote paso entre árboles y arbustos, en otros momentos estás caminando en las dunas, bordeando el mar. ¿Cómo sentís que es tu relación con la naturaleza?
El deseo de estar en la naturaleza, de contemplar los amaneceres, el cielo, el mar, los árboles, los animales, se ha ido intensificando con los años. Escuchar el viento, la lluvia, el canto de los pájaros… Gracias a la vida estoy nuevamente viviendo cerca del mar, en una cabaña en el bosque. El contacto con la naturaleza me alegra el corazón, me ayuda a limpiar, a comprender, a ver. A estar en eje y dimensionar lo que importa. Además creo que las respuestas más válidas están en la naturaleza. Se trata de poder descifrarlas. De poder ver lo invisible a través de lo visible. La naturaleza es de alguna forma mi instrumento y mi contención. Y un amor que no para de crecer.
En relación a tiempos pasados y presentes, señalás que «la fotografía es un registro de lo que ya no está», sin embargo vos decís que la sentís en presente. ¿Por qué?
Cada vez que miro una imagen que me importa, que siento viva, conecto con su energía, con el sentimiento que transmite, y la siento en presente. Si miro por ejemplo mi foto de la madre e hija de Plaza de Mayo, no pienso en algo que sucedió hace más de 40 años, conecto con el dolor, con la ausencia, la fuerza, la conexión madre hija, la lucha. Con sentimientos universales que hacen al ser humano. Una imagen viva simplemente es. Trasciende el tiempo. Es presente porque es conciencia. Creo que lo único que cuenta en una imagen es la vida propia que tenga, que le permite seguir su camino y crecer con el tiempo independientemente de su autor. Y que pueda ser sentida más allá de las circunstancias en las que fue hecha.
Vemos en el documental unas cuantas fotografías de dos de tus series más famosas; Madres e hijas, y Las adolescentes. ¿Qué buscabas explorar de estas mujeres?
Nunca busco explorar nada. Simplemente me entrego a lo que necesito ver y comprender. En el caso de las madres y las hijas tuvo que ver con querer comprender algo de la dificultad del vínculo, que creo es el vínculo humano más intenso y complejo. Toda hija lleva en la sangre a su madre, lo esencial de la naturaleza de una está en la otra y, sin embargo, creo que no hay otra relación que posea tantas limitaciones como la suya. Quise entender algo de su misterio. En el fondo supongo que tuvo que ver también con arrojar luz en la relación con mi madre, sanear el vínculo a través de lo que pudiera llegar a ver. Ella ya había muerto hacía unos cuantos años, la serie se la dedico, y hacer esas fotos fue fundamental para poder verla a ella como mujer, más allá de su rol de madre y de la tensión de la relación. Y poder sentir el inmenso amor que nos unió.

¿Dónde realizaste la serie Madres adolescentes?
La hice en un amparo maternal dependiente de Minoridad y Familia. No eran sólo madres adolescentes sino que además no tenían una familia que las contuviera. Pensaba ir sólo un par de veces, como parte de un trabajo sobre maternidad. Pero no pude dejarlo y continué yendo una vez por semana durante un año entero. Terminó siendo un trabajo en sí mismo. Casi todas las madres adolescentes que fotografié no tenían una madre presente. Tenían hijos como forma de suplir la falta de una madre, para estar menos solas. Quizás ahí quise ahondar en la ausencia y el desamparo. Algo que creo que está presente en todo mi trabajo.
¿Qué te resulta más complejo en el arte de retratar personas?
No lo sé. Creo que lo que importa es la entrega, la presencia. Y quizás eso sea lo más difícil, olvidarse de uno, dejar el ego de lado, parar la cabeza y entregarse en cuerpo y alma. Paradójicamente, la presencia, estar realmente en lo que se mira, es lo que permite no invadir, fusionarse con lo que se mira y que la cámara se sienta invisible en la imagen. Se trata de posibilitar la fusión, la unión de la energía entre quien mira y quien es mirado. De esa fusión surgen las imágenes vivas. Pero eso es así tanto cuando se trabaja con personas como con paisajes u objetos. Lo esencial es mirar desde adentro, ponerse a disposición.
Señalas que la serie de La Antártida es una serie de pasaje porque marca el fin de algo y el principio de otra cosa, pero no sabes qué es lo nuevo…
Nunca se sabe, lo nuevo es siempre impredecible. La Antártida, el fin del mundo, fue esa zona de pasaje que yo necesitaba. Que marcaría el final de una etapa. Así como el Círculo Polar Ártico, donde hice Errante, marca el principio de otra. Yo trato de dejarme llevar. Hay un impulso inicial pero lo que sigue no se sabe, porque todo impuso creador surge de una zona oscura que es necesario develar. Cuando empecé a viajar alrededor del Círculo Polar solo sabía que necesitaba el sonido y la percepción del movimiento en la imagen. Y sobre todo, abismarme sola en lugares extremos y desconocidos. Para poder ahondar en mis propios confines.

Volviendo a la Antártida, además de llevar no sé cuántos rollos (es lo último que hice analógicamente) incorporé al equipo un zoom para grabar sonido. Grabé el sonido del agua, del viento y también los sueños de mis compañeros y de la gente de la base. Finalmente no usé nada de eso pero seguro estuvo en el fondo de lo que terminé expresando. También publiqué mi primer libro de diarios sin ser una una idea previa. Recién cuatro años después de hacer el viaje, cuando ya tenía armada la edición del libro de fotos, Juan Forn insistió en publicarlo en una nueva colección que él dirigía. A pesar de que al principio me resistí, estuvo muy bien, fue un buen complemento de las fotos. Y también fue aprendizaje, los primeros pasos en otro lenguaje. Pero no fue algo premeditado. También cuando fui a la Antártida buscaba el blanco y me encontré con el negro. Y sin embargo estuve donde debía estar, un lugar muy duro que me permitió conectar con el espíritu de la Antártida, que es tremendo. No siempre lo que uno espera es lo mejor. La Antártida me ayudó a honrar la incertidumbre, el cambio permanente. Bajar las expectativas para poder estar presente y relacionarme con lo que la vida me pusiera adelante.

Yo y la que fui nos muestra que estás en un momento de transformación y decís que ahora necesitás ser aprendiz. ¿Aprendiz de qué? ¿Transformación como artista y también como mujer?
Una cosa tiene que ver con la otra. Siempre necesito estar en estado de aprendizaje. Creo que es la condición para seguir evolucionando como ser humano. Mientras se está vivo se está aprendiendo, transformándose. Y toda transformación requiere el fin de una etapa de vida, saltarse a uno mismo. La expresión siempre ha sido mi herramienta en ese sentido. No separo mi trabajo expresivo de mi evolución como mujer y ser humano. Al contrario, es el sentido del trabajo. Además nunca trato de moverme en los carriles que ya conozco y manejo. Quizás en el caso de hacer una película esto fue más radical, pero en realidad siempre fue así. Cada nuevo trabajo tiene que ser un desafío. Me interesa además no saber cómo hacer lo que quiero hacer. Aunque me asuste, es lo que me permite estar abierta a lo que se presenta y transitar nuevos caminos. Confío en lo que la vida me vaya poniendo adelante.
Tu primer película, la hermosa Errante, sería un primer gran paso en una nueva dirección, ¿no? ¿Es posible pensar que vas a seguir por el lado del cine (casi) exclusivamente?
Y sí, por ahora sigo por ese lado. Amo el cine, siempre lo amé. En principio espero poder hacer otra película, estoy en eso, muy entusiasmada. Sé que aprenderé muchas cosas nuevas. Pero bueno, la vida dirá.
