
Tres amigas, la nueva película de Emmanuel Mouret (Vénus et Fleur, Caprice, Las cosas que decimos, las cosas que hacemos y Crónicas de un affair) tuvo su estreno en la competencia oficial del Festival de Venecia y fue una sorpresa más que bienvenida. En esta entrentenida y muy disfrutable comedia dramática, Mouret acusa influencias de Woody Allen, eso salta a la vista de inmediato, pero también hay rasgos, más bien un aire, del cine de Eric Rhomer, Francois Truffaut y hasta quizás Hong Sang-soo. Sin embargo, Tres amigas canta su propia canción y lo hace con un seductor color de voz y una asombrosa afinación.
Para bien, su trama es bastante enrevesada: Joan se da cuenta de que ya no está enamorada de Víctor, pero él sí y mucho (o, al menos, eso parece) y se siente culpable por no blanquear la situación. Con ligereza y asombroso pragmatismo, Alice, su mejor amiga, le dice que no se preocupe, que es normal. Hasta ella misma no siente nada que se le parezca a la pasión, ni remotamente, por Eric, su pareja. Aún así, la relación funciona lo más bien (¿hay que creerle a Alice o no?), Rebecca, la tercera de las amigas, guarda un secreto que pronto dejará de ser tan secreto. Y, como es de esperar, está vinculado a una de sus amigas. Es que el amor tiene muchos rostros en Tres amigas.

Un hecho trágico e inesperado, de esos que duelen mucho y durante mucho tiempo, va a poner todo en una perspectiva diferente. Es tiempo de cambios, voluntarios o no, y esos cambios pueden llegar a implicar tanta alegría como sufrimiento. Es que los caminos del deseo son ingobernables, se relanzan una y otra vez y uno nunca sabe adónde van a terminar yendo a parar.
Tres amigas tiene dos grandes logros indiscutibles: la fluidez con la que el relato se va desarrollando (su montaje invisible con tiempos pausados es impecable) y las interpretaciones de sus protagonistas: Camille Cottin, Sara Forestier e India Hair no podrían ser más espontáneas y naturales, sus diálogos mordaces y también amorosos siempre se sienten reales, nada de declamaciones ni artificios.

Mouret explora distintos aspectos del amor y de las relaciones que armamos con ese amor que muchas veces no sabemos procesar. ¿Qué se hace con el amor?, circula el interrogante entre las amigas y sus parejas, ¿Es más fácil dar amor que recibir amor? ¿O acaso es siempre un misterio que solamente va a revelar sus signos cuando pueda y quiera? Sí, son unas cuantas preguntas, y hay muchas más, pero las respuestas no son simples, ni siquiera sólidas. Sentimientos que mutan, emociones que desbordan, intentos fútiles de analizarlos para entenderlos. Claro que hay neurosis, ¿por qué no habría de haberla?
Hay un uso de una voz en off, que si bien no es original, está bien ejecutado y es eficaz. Hay una cadencia en el coro de voces que a todas las envuelve, aunque cada una tenga su propia identidad. Y hay una cohesión narrativa y visual que hace un todo de un relato con fragmentos, por aquí y por allá.
Tres amigas nos remite a ese cine francés intimista y perspicaz que hace del amor todo un territorio para explorar sin la obligación de llegar a conclusiones reveladoras. Como en la vida misma.