The Monkey, de Oz Perkins

Del mono se sabe poco y nada. Sabemos que mató a la madre de los de los gemelos Bill y Hall cuando eran niños, después de que el padre intentó dejarlo encerrado en un armario porque el anticuario que se lo vendió no quiso aceptarlo de vuelta, craso error que terminó con su vida. El padre abandona a los niños con su madre y una babysitter, quien tampoco sobrevive a este monito de juguete implacable. Uno de ellos culpa al otro por la muerte de la madre (mejor no revelar por qué, es una de las pocas ideas que tiene la película) la relación fraternal se debilita, transcurren 25 años, una nueva serie de asesinatos disfrazados de accidentes inverosímiles comienza y los hermanos regresan.

The Monkey está dirigida por Osgood Perkins (sí, el hijo de Anthony Perkins), cuya ópera prima February (2015) es un angustiante y muy logrado retrato sobre el abandono, la pérdida y el olvido; después vino I am the Pretty Thing that Lives in the House (2016), la historia inquietante, aunque despareja de una joven enfermera que cuida a un escritor en su caserón. Y en 2020 estrena una versión paupérrima de Hansel y Gretel.

Pero Perkins se hizo famoso con Longlegs, promocionada como la película de terror más terrorífica del 2024 (una exageración absoluta), si bien es cierto que es un más que correcto y tenso relato sobre un asesino serial (Nicholas Cage), con traumas familiares secretos que tocan de cerca a la investigadora del FBI (Maika Monroe, quizás el pilar emocional de la película). Cage fue alabado por casi todos por su caracterización que lo dejó realmente irreconocible, otro Cage jamás visto antes. Y sí, es que con tanto maquillaje y tantas prótesis tranquilamente podría haber sido Palito Ortega y jamás nos habríamos dado cuenta.

Volviendo a The Monkey. Perkins dirige y co-guiona con Stephen King, que ya de por sí es una señal de alerta: King es un escritor notable, con novelas geniales, pero como guionista es un desastre monumental. Desafío a cualquiera a nombrar una sola buena película (buena, ni siquiera muy buena) con guión de King. Porque The Monkey está basada en uno de sus cuentos, ni bueno ni malo, aunque sí relativamente efectivo.

“Todos mueren y eso es una mierda”, es la frase del póster y el alma de la película (y de esto lamentablemente Perkins sabe bastante, pero ése es otro tema), casi, casi la misma idea de Destino final: “No se puede engañar a la muerte”. De hecho, la primera parte de la película es precisamente eso: una serie de asesinatos en forma de accidentes bizarros, uno tras otro, al que le toca le toca, después de que al mono se le da cuerda. Hay un intento de trazar una lógica para unir estas muertes. No funciona, está agarrada con alfileres. Y de Destino final le falta el suspenso, el jugueteo con por dónde vendrá la muerte y su creatividad (al menos hasta la cuarta entrega).

La segunda parte de The Monkey se pone seria. Algo de humor había en la primera mitad, pero no el suficiente para darnos esos placeres culpables que tanto disfrutamos. Ahora, en cambio, aparece el drama sobre la culpa, el desamor fraternal y la necesidad del perdón. Mucho diálogo, nada de miedo, y nada, pero nada, de humor. Se transforma en una película que busca trascender y significar algo importante. Y eso que fue vendida como una comedia con toques de terror.

Por qué el mono mata en vez de enloquecer, por ejemplo, cuál es su génesis, será o no un justiciero, por qué sus víctimas son tan random… ni idea. Muchas veces explicar el por qué del horror no garpa. Se puede inferir, de uno u otro modo. Se puede aventurar alguna idea. Pero acá ni la literalidad, ni la metáfora o la alegoría sirven de nada. Para mí, el mono es un artilugio vacío. Un truquito.