
“Las mujeres latinoamericanas que llegaron en los años noventa al país ya pasaron en la Argentina más de la mitad de su vida. Sus hijos nacieron acá y están enlazadas íntimamente a esta tierra. Las conocemos todos. Los trabajos que les damos son los que sostienen la vida: acercarnos el alimento, coser el abrigo, limpiar los lugares que habitamos, cuidar a los que queremos. Están inexorablemente atadas a nuestras vidas y sin embargo quienes nacimos acá seguimos sin verlas”, señala Luciana Piantadina (Ausentes) acerca de su nueva película, Todas las fuerzas, ganadora del premio a mejor película de la Competencia Argentina en la última edición del BAFICI.
Las mujeres de las que Piantadina habla son las mujeres bolivianas, paraguayas, venezolanas y peruanas que conviven en el barrio de Once, quienes llegaron a Argentina en los 90, sus hijos nacieron acá y sus son parte constitutiva de nuestra tierra. Muchas son empleadas domésticas, otras cuidadoras, algunas vendedoras. Y si bien están presentes en nuestra vida cotidiana, la verdad es que “quienes nacimos acá seguimos sin verlas”.
Que sean vistas, saber quiénes son, es lo que busca explorar la directora en Todas las fuerzas; y también nos pide a nosotros, los espectadores, que la acompañemos en esa búsqueda a través de los ojos de Marlene (Celia Santos) una mujer boliviana que vive con Teresa (Silvina Sabater), una anciana a quien cuida durante toda la semana, y también se ocupa de algunas tareas domésticas. Así, día tras día, su vidas transcurren en la más absoluta monotonía.

Todo cambia cuando Marlene se entera de que una amiga suya ha desaparecido, así porque sí. Sin esperar respuesta alguna, Marlene se escapa de la casa de Teresa durante las noches para encontrar a su amiga y en su periplo se encuentra con mujeres como ella, también latinoamericanas con vidas similares.
No solo eso: ahora nosotros, los espectadores, también nos enteramos de que Teresa tiene dones, como estas otras mujeres, que a este punto ya se transformaron en superpoderes. Sí, pueden volar, atravesar puertas, comunicarse con las palomas y desplazar objetos con poder mental. Parecerán mujeres comunes y corrientes, pero sus habilidades mágicas las distinguen, las elevan. Son, de hecho, súperheroínas secretas. Que no las veamos así habla de nuestra ceguera por ver más allá de la superficie. Y es lógico: no hacemos muchos intentos por conocerlas. Todas las fuerzas nos incita a que hagamos todo lo contrario.
Mezclando lo detectivesco/ policial con el retrato social, pero también con el intimista, jugando con el fantástico y enlazándolo todo a través del drama, Todas las fuerzas consigue correr el velo de un mundo desconocido para buena parte de nosotros y lo hace con verosimilitud y sensibilidad. Y todo se siente cercano. Somos testigos del escenario pero nunca lo invadimos. Recorremos antros de mala muerte, nos adentramos en la clandestinidad de los talleres clandestinos, visitamos negocios y tiendas agarradas con alfileres.
Y es el retrato social general, junto con la mirada lúcida sobre Marlene, lo que mejor funciona en la película. Es, precisamente, conocer a estas mujeres aguerridas e invisibilizadas. Y estar un poco con ellas. Sin embargo, la trama detectivesca carece de tensión y hasta, a veces, se torna un poco redundante. Aunque también es cierto que el concepto de las súperheroínas es original y reivindica la entrega y nobleza de estas protagonistas colectivas.

Pero está un poco desaprovechado, se podía ir más lejos. Exponerlo y celebrarlo es una cosa, profundizar en su naturaleza es otra. Tampoco es que está puesto pour la gallerie, solo que funciona a medias. Por otra parte, que las escenas propias del fantástico son atractivas y tienen una densidad única también es verdad. Su valor intrínseco no tiene nada de desdeñable.
Por otra parte, lo que está mejor desarrollado es la ansiedad y angustia de la búsqueda, los pequeños (o grandes) conflictos personales de Marlene y sus reflexiones, su mirada (nunca explícita pero siempre elocuente), sobre su vida cotidiana, tan desprovista de placeres como de reconocimiento.
En buena medida, más allá del guión, es porque Celia Santos hace de Marlene una mujer para recordar. Y porque Piantadina muestra un enorme compromiso para con la historia que cuenta.
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