
“Nancy es solitaria, introvertida, parece no tener pasado. Inevitablemente nos obliga a preguntarnos sobre su origen, su estado emocional, su forma de atravesar y resolver los conflictos”, señala el director y guionista Luciano Zito acerca de Nancy, su primera película de ficción luego de sus documentales El señor de los dinosaurios, Rawson y Tocando en silencio.
Nancy (Camila Peralta, excelente) es una chica joven que trabaja limpiando casas en la costa, en Villa Gessel. Se la ve desganada, se la percibe distante y retraída. Intuimos que hay un mar de fondo, pero ni una pista tenemos. Su trabajo es rutinario, sin gratificaciones. También su vida personal, mínima y asordinada, habla de un hastío que parece ser eterno. Hasta que conoce a Juan (Luciano Ledesma, un acierto), un hombre joven que se encarga de reparaciones en una de las casas donde Nancy trabaja. Ahora, una posible historia de amor está en ciernes y, por otra parte, quizás también algo más en el orden de lo delictivo.

Lo que sigue no se cuenta. No porque Nancy sea una película con un gran misterio para resolver, ni nada por el estilo. Pero sí hay apuntes y observaciones, sutiles y disimuladas, que de a poco nos van permitiendo ver más allá de la superficie. Hay una escena concreta, muy bien escrita e interpretada, en la que vamos a saber más, mucho más, aunque sea con pocas palabras. Hasta entonces, Zito le pide al espectador que vaya completando, según su buen saber y entender, todo lo que no sabemos. Incluso sobre el final, Nancy sigue siendo bastante elusiva.
Las relaciones de poder entre clases sociales, los empleadores ricos con sus casas de verano y los trabajadores con sus salarios insignificantes, son exploradas también a través de detalles, en diálogos aparentemente casuales, sin beligerancia pero con firmeza. Jugar a ser el dueño es casi una necesidad. Dejar de mirar desde afuera, que alguna vez se pueda entrar. Alternando lo literal con lo alegórico, Zito construye un retrato social, pero también uno intimista. Imposible pensar a Nancy sin su entorno.
Creo que lo más logrado de la nueva película de Zito (aparte de las interpretaciones) es el tono medido, anclado por debajo de las cosas, la contención y la fuerza de lo no dicho. Más precisamente, de lo que se elige no decir. Hasta que, en algún momento, las palabras sí van a ser elocuentes. Es entonces cuando también nosotros podremos resignificar lo que ya conocemos. O creíamos conocer.