Los ríos, de Gustavo Fontán

“Entonces ocurrió lo irremediable. El hombre que golpeó mi puerta y el pescador que se perdió en el tiempo se unieron de alguna forma inexplicable y se transformaron en el origen de Los ríos”, señala Gustavo Fontán acerca de su nueva e hipnótica película, que puede verse este sábado 3 de mayo a las 18 h en el Teatro San Martín, de la sala Lugones.

El hombre es un desconocido que golpeó la puerta de su casa hace 30 años. Fontán le preguntó qué quería, se lo preguntó dos veces. El hombre no respondió.  Y nada más. Casi un año después, vaya uno a saber por qué, Fontán se acuerda de un pescador del río Paraná, que se llamaba Godoy. En realidad, se acuerda de su voz, porque Godoy había sido grabado solamente en sonido durante el rodaje de El rostro, una de las mejores películas del director.

Entre tantas otras cosas, Godoy le había contado acerca de su experiencia cuando se vio atrapado en un tornado en el río. El relato era pura zozobra, tan ominoso como si fuera una larga secuencia de una película de terror. Entonces, en Fontán se cristaliza una imagen, vívida y presente, y así también el recuerdo del hombre que un día golpeó a su puerta. 

El mero punto de partida de Los ríos habla de una visión singular: aquella que logra, desde la intuición y la sensibilidad, hacer de la asociación y la síntesis una manera de explorar un material que se presenta incompleto y desordenado. Fontán rescató fragmentos olvidados en sus archivos, grabó otros tantos fragmentos de aquí para allá, en su propia terraza, en los caminos y orillas, en el río…

Se nos revelan, entonces, luces refulgentes y oscuridades, juncos en danza, árboles bien fuertes, y otros más bien frágiles. Seguimos a un hombre del que no sabemos nada (¿alguien sabe algo?), atravesamos el territorio, observamos con curiosidad en una especie de tiempo suspendido, como el de un universo paralelo. Porque, y eso siente, el tiempo de Los ríos siempre es distinto al que vivimos en el mundo de lo real.

Imposible hablar de las imágenes sin los sonidos. Oímos murmullos de lluvias lejanas, pronto son algo parecido a los truenos, como si vinieran del más allá. El cauce de los ríos, las corrientes algunas veces calmas, otras veces feroces. Identificamos cada sonido en particular, o al menos creemos que lo hacemos, aunque al fin de cuentas es como estar envuelto en capas que forman un todo que nos protege, pero también nos amenaza. 

Siempre pensé que en buena parte de las películas de Fontán hay algo en el orden de lo sobrenatural y Los Ríos no es la excepción. ¿Se lo puede llamar surrealismo? ¿Es algo emparentado con la magia? No lo sé, la verdad. Sí sé que no importa. Las categorías no dan cuenta de todo lo que pasa (y nos pasa). No en esta obra.

Se ha dicho y se dice que Los Ríos es, en esencia, una experiencia contemplativa. No se trata de buscar un hilo conductor (aunque quizás lo haya), menos aún de esperar encontrar una historia narrada desde la trama. Porque, efectivamente, se trata de contemplar y dejarse llevar, y lo que uno y piense y siente está bien.

Sin embargo, aún aceptando la naturaleza contemplativa de su obra, yo la siento, más bien, como una experiencia inmersiva. Acá uno entra en la película, siempre y cuando acepte el código  de representación. Se vive lo que está pasando, después de contemplarlo. Lo intelectual queda de lado, no es por ahí. Pero sí son los afectos los que son movilizados, somos nosotros como seres en perpetuo cambio los que recuerdan sus propias escenas. Si hay un hilo conductor, ahora que lo pienso bien, es el fluir de la memoria, siempre elusiva, engañosa pero hermosa.