
Durante los 80, existió José de Zer. Sí, lo digo así, como un acontecimiento porque fue precisamente eso. Un periodista de espectáculos que dejó de lado a la farándula por los extraterrestres. Todo comenzó cuando en Capilla del Monte, en los cerros de Córdoba, apareció un enorme círculo de pastizal bien quemado. Lo que se diría un supuesto fenómeno paranormal. Hasta quizás fue el rastro de un ovni. El círculo fue real, su origen sería apenas una especulación. Pero para José de Zer y unos cuantos directivos de los medios fue más que suficiente para iniciar una investigación que generó un fenómeno mediático sin precedentes. Y así, de la noche a la mañana, el periodista se convirtió en cazador de extraterrestres. Ni antes ni después hubo alguien como él.
Bizarro, hipnótico y delirante, José de Zer nos tenía a todos pegados a la pantalla del televisor en cada una de sus apariciones, siempre con su fiel camarógrafo, El Chango. A veces todo parecía un poco trucho (y sí, es que era trucho) mientras que otras veces uno casi que le creía todo lo que decía (¿acaso no podría ser verdadero?). Testimonios de avistamientos de ovnis en Córdoba abundaron desde siempre. Muchos fueron refutados casi inmediatamente. Otros no pudieron ser validados ni invalidados. Y unos pocos parecen haber sido evidencia de la existencia de extraterrestres. Entonces, ¿por qué no entusiasmarse y hasta fascinarse con José de Zer?

El hombre que amaba los platos voladores es la nueva película del argentino Diego Lerman (Tan de repente, La mirada invisible y El suplente son mis tres películas favoritas de su filmografía), protagonizada por Leonardo Sbaraglia, Sergio Prina, Osmar Nuñez, Mónica Ayos, Roly Serrano, María Merlino y Renata Lerman.
No se trata ni de una biografía de José de Zer ni de una investigación sobre la veracidad o no de sus crónicas periodísticas. En cambio, diría que es un retrato muy sensible, afectuoso y empático de un ser humano tan complejo como elusivo. A Lerman le interesa mucho más la persona que el periodista y nos propone que lo conozcamos desde una distancia óptima: lo vemos y sentimos de cerca, pero siempre hay algo que se nos escapa. Es que Lerman es muy inteligente, elige mantener cierto misterio y no poca ambigüedad en vez de revelar eso que llamamos verdad. Que, por otro lado, es una palabra que en este caso no tiene relevancia.

Claro que conocemos cómo comenzó su historia, qué pasó en Capilla del Monte, cómo montó sus notas, inventó testigos y escenarios y atiborró los programas de TV con fábulas paranormales. Sabemos que éste es también el retrato de una época más ingenua, de un público ávido de olvidarse de lo ordinario y de la televisión como garantía de realidad. Y aun cuando la gente se daba cuenta de que muy probablemente todo era una gran fantasía, a nadie le importaba mucho. Queríamos creer.
La interpretación de Sbaraglia es impecable. Que se parezca bastante a de Zer es un logro del maquillaje, sin duda, que no permite que se lo vea como una caricatura. Que tenga su voz, sus gestos, su andar y sus modos de expresarse es puro mérito del actor. Histriónico, explosivo pero también vulnerable y sufrido, nuestro protagonista nunca cae en el grotesco. Es que más allá de las risas y todo lo bizarro, El hombre que amaba los platos voladores no deja de ser un drama, en su esencia. Correr el velo del periodista para mostrar al hombre es la mejor decisión posible para que podamos conocerlo un poco, tanto como él nos lo permita.