El aroma del pasto recién cortado, de Celina Murga

Dentro de la generación de directores surgidos durante el comienzo del llamado Nuevo Cine Argentino a principios de los 90, Celina Murga (Ana y los otros, Una semana solos, Escuela normal, La tercera orilla) se ha caracterizado, entre otras cosas, por su narrativa de corte naturalista, siempre sutil y elaborada, nunca forzada y menos aun impostada. En esa línea general se despliega su última película, El aroma del pasto recién cortado, protagonizada por Joaquín Furriel, Romina Peluffo, Marina de Tavira y Alfonso Tort, ganadora del premio a Mejor Guión en el Festival de Tribeca, y con Martin Scorsese como uno de sus productores ejecutivos.

Una vez más, a Murga le interesa la complejidad de los vínculos interpersonales entre personas comunes y corrientes, por así decirlo. En sus películas anteriores abordó los mundos de niños, niñas, adolescentes y jóvenes en relación a sus entornos y contextos varios. Esta vez se trata del mundo de los adultos, concretamente el de parejas adultas y sus pequeños grandes dramas que cualquiera de nosotros puede tener. Y si bien se podría decir que nominalmente el tema central de El aroma del pasto recién cortado es la infidelidad, la verdad es que la película bucea más profundo en otro territorio: el del deseo amoroso y sus matices. En todo caso, la infidelidad es la superficie para retratar sus idas y vueltas, su lógica o falta de lógica, pero sobre todo su naturaleza imprevisible.  

Por un lado hay un matrimonio formado por Pablo (Joaquín Furriel) y Carla (Romina Peluffo), y por otro lado tenemos a Natalia (Marina de Tavira) en pareja con Hernán (Alfonso Tort). Pablo y Carla tienen dos hijos, mientras que Natalia y Hernán tienen dos hijas. Tanto Pablo como Natalia son profesores universitarios, y también ambos van a iniciar dos romances paralelos: Pablo con una estudiante y Natalia con un estudiante. Sus respectivas parejas, Carla y Hernán ni idea tienen y tampoco ellos están involucrados sentimentalmente con otras personas. Eventualmente, los romances secretos van a dejar de serlos, como suele pasar. Y lo que sigue es difícil de prever: ni los propios personajes saben muy bien qué hacer. Como en la vida misma.  

La construcción del guión como un juego de espejos – vamos conociendo la/s historia/s de los amantes (casi) en paralelo- es un acierto que nos brinda una visión privilegiada: solo nosotros lo vemos (casi) todo y así podemos involucrarnos desde un afuera que, si bien a veces es demasiado distante, también muchas otras veces es pura cercanía. No hay revelaciones extraordinarias, no se trata de un drama trágico, no hay nada altisonante. Nadie dice las frases ni tiene las conductas típicas de las películas convencionales que abordan estas problemáticas. Ese es otro gran acierto.

Creo que lo más interesante es pensar a los personajes desde los vaivenes de sus deseos que no son juzgados, validados o invalidados. Simplemente son. El punto es entender – y que ellos entiendan- qué es lo que quieren de verdad, en un momento en particular de sus vidas y sin el peso de mandatos culturales. Esa libertad de circulación de los afectos es lo que permite que la película respire y tenga pulso. Y la observación de todos y cada uno de los detalles es siempre enriquecedora, al fin y al cabo así es la vida. Esta estrategia funciona bien durante buena parte del relato, pero cierta languidez y demasiados detalles pueden resentir el ritmo, y algo de intensidad se pierde en el camino. Con un poquito menos se podría haber expresado lo mismo o más.

Claro que las interpretaciones tan afinadas, tan realistas, tan espontáneas son el motor vital del drama, más allá de la estructura del guión, y sería injusto señalar qué actor o actriz hace un mejor papel porque todos están en perfecta sincronía: nadie opaca a nadie, nadie se queda atrás, todos viven dentro del relato sin que se vean las costuras. Esta cohesión, que también se extiende en los aspectos formales, siempre ha sido un sello en el cine de Murga. Creo que esta vez ha sido sofisticada y para bien.

El aroma del pasto recién cortado  requiere contemplación y una actitud más asociativa y simbólica respecto a lo que pasa que lo que la mera literalidad puede brindar. No se trata solamente de lo que se ve a simple vista, sino más bien de eso que está detrás. O, mejor dicho, de la fusión de estos dos niveles. Ahí está la mirada de Murga, única e inconfundible.