
Se estrenó la nueva película de Martín Rejtman, La práctica, y sin duda es una ocasión para celebrar. Es que el llamado padre del nuevo cine argentino sigue fiel a su estilo tan personal y coherente que hace que uno identifique cualquiera de sus películas con solo ver una escena o escuchar un diálogo.
Basta recordar su ópera prima, Rapado (1992), un oasis absoluto entre tantas narrativas agonizantes de la época, un film que demostró que otro tipo de cine era posible. Sus películas de ficción subsiguientes – Silvia Prieto, Los guantes mágicos, Entrenamiento elemental con actores, en co-dirección con Federico León, y Dos disparos- expandieron su universo con héroes y antihéroes diversos que transitaron caminos que se bifurcan, todos ellos bajo la inclasificable mirada Rejtmaniana.

En La práctica, que transcurre en Chile, una pareja de profesores de yoga, Gustavo (Esteban Bigliardi) y Vanesa se están separando. Gustavo es argentino, Vanesa es chilena. Para Vanesa la situación es menos complicada: ella se queda con el departamento y abandona el estudio en el que trabajaban. Pero, Gustavo se queda sin casa y va a estar de aquí para allá hasta encontrar un nuevo lugar para vivir. Lo que sigue es una serie de contratiempos de toda índole, desde los más mínimos hasta otros más relevantes.
Pero es mejor no saber nada más acerca de la trama. Es esencial que el espectador no pueda anticipar el devenir de los acontecimientos. Se ha dicho que las tramas per se no son lo que más importan en su cine, sino el modo en el que son narradas. Me permito disentir: las dos cosas son igual de importantes, una al servicio de la otra. Sino, ¿dónde quedan las sorpresas, giros y vueltas que sus películas siempre tienen?

Ya sabemos que Rejtman maneja a la perfección la screwball comedy, ese género de la comedia donde abundan el absurdo, los diálogos mordaces y rápidos, los encuentros y desencuentros, las situaciones cercanas a la farsa, lo posible pero improbable, y también algo de lo bizarro. Sumemos el humor seco y asordinado, y la cadencia – a veces hasta la cacofonía- y la musicalidad de la palabra. Y un par de cosas más.
Todo eso está articulado y sincronizado a la perfección en La práctica – incluso quizás de una manera más fluida que en algunas de sus películas previas. Pero lejos está Rejtman de copiarse a sí mismo, como se podría llegar a pensar, porque cada película es algo nuevo, es puro descubrimiento. Aún con un mismo estilo, todas son distintas entre sí.
Lo que siempre me fascinó de su cine es cuanto se parece a la vida real. Aparentemente, su universo es cerrado, lo que pasa allí solo pasa allí, como en una especie de limbo. Pero las apariencias casi siempre engañan.

Porque si bien la estilización y sus rasgos más visibles llevan el registro a un extremo, la verdad es que todo podría pasar, y pasa, en la vida cotidiana y con las experiencias de muchos de nosotros. Todo es auténtico y reconocible, no hay nada inverosímil, incluso siendo improbable (o no). Es que eso que llamamos vida real, creo yo, se parece mucho más al cine de Rejtman que al cine clásico. Si no, ¿por qué nos reiríamos tanto si nos resultara tan ajeno?
Ojalá que Rejtman sigue filmando mucho tiempo más, aunque sus películas estén un poco espaciadas en el tiempo. En el marco de un cine argentino que rara vez amalgama forma y contenido tan bien, La práctica nos invita a ver y vernos, como si de un espejo mágico se tratara. Es casi un milagro. O quizás yo soy muy fan, vaya uno a saber. Sea como fuere, eso es lo de menos. Me animo a decir que junto con Silvia Prieto y Dos disparos, La práctica ya es parte del top 3.
Ah, una cosa más: Mirta Busnelli es extraordinaria en el personaje de la madre de Gustavo. Muchos tenemos o tuvimos una madre así. Querible, intensa y controladora, esta madre también es desopilante, por más seria que parezca. Solo hay que tratar de ver más allá de la superficie.