Talk to Me, de Danny y Michael Philippou

En Talk to Me, el horror tiene cara de dolor.  Como en The Night House y en Men, ese dolor está en la imposibilidad de duelar a un ser querido, una madre en este caso, que quizás murió por una sobredosis accidental con psicofármacos. O tal vez directamente se suicidó. Perder a una madre joven ya de por sí es puro desgarro. Ni hablar, entonces, de cómo debe ser aceptar una muerte anclada en la peor de las incertidumbres.

Eso es lo que le pasa a Mia, una adolescente que seguramente alguna vez fue muy alegre, pero sin su madre es pura melancolía. Incluso va a querer contactarse con su espíritu supuestamente varado en el más allá. Es que su grupo de amigos encontró una forma para conjurar espíritus a través de una mano embalsamada y lo transforman en un juego que se supone inocente y divertido. Claro que cuando a uno se le va la mano jugando (valga la redundancia) se liberan entes sobrenaturales, que de divertidos no tienen nada.

Ópera prima de los australianos Danny y Michael Philippou, Talk to Me es una película independiente que impresiona (mucho) y asusta (así, de golpe), sobre todo porque el registro es bien realista y lo sobrenatural tiene una lógica irrefutable. En una escena difícil de ver un demonio hace que un poseso, con el cuerpo amarrado a una silla, se golpee la cabeza una y mil veces contra una mesa de madera, cada vez con más fuerza. Claro que hay gore.

Pero Talk to Me no es otra película más acerca de posesiones. Nos propone que acompañemos a Mia en su psiquis trastornada en un tour de force de visiones que tienen mucho más que ver con su sufrimiento y sus demonios internos que con las fuerzas malignas que eventualmente sí aparecen y en serio, para mal de todos.

Vemos a uno de los primeros posesos a través de un video que circula de celular en celular y nadie parece inmutarse. Al contrario, festejan el video casi dando por sentado que es un engaño. Es que celular mediante todo es banal. Ya nada tiene peso propio. Y aún cuando sí ven el espectáculo en vivo y en directo, también todos lo filman entre risas nerviosas y una fascinación malsana. Y siguen participando. Ni idea del riesgo tienen. Pero cuando lo sobrenatural deja de ser una realidad mediatizada,  ahí entonces lo van a vivir en carne propia.   

Como Mia no puede ni empezar a hacer el duelo, elige imaginar a una madre que se va a acercar para cobijarla (si es que es la madre) y sin darse cuenta subestima el poder de la negación. Es ella la catalizadora, muy a su pesar. Solamente ella puede atravesar el dolor para después reposar. O quizás no lo pueda hacer nunca. Pero sí va a saber de una vez por todas qué fue lo que le pasó a su madre. Solo que la clausura puede no ser la anticipada.