
“¿Cómo filmar el imaginario de un escultor? ¿Cómo acercarnos a sus sueños y a sus miedos? Conocí a Leo Vinci en febrero de 2019 y poco después comencé a filmarlo. Colgado de un andamio, con las manos enchastradas en yeso, Leo desafiaba la gravedad olvidándose de sus noventa y tantos años”, señala la documentalista Franca González (Apuntes desde el encierro, Miró: las huellas del olvido, Al fin del mundo) acerca de su nueva película, Vinci/Cuerpo a Cuerpo, que se puede ver en el Cine Arte Cacodelphia los días 26 y 28 de mayo a las 19:00, luego los días 2, 4, 9 y 11 de junio, todas las funciones a las 19h.
Leo Vinci es un célebre artista argentino egresado de las Escuelas Nacionales de Bellas Artes, Manuel Belgrano, Prilidiano Pueyrredón y Ernesto de la Cárcova. En 1961, bajo el patrocinio del Fondo Nacional de las Artes, emprendió su primer viaje de estudios por Europa para ampliar y profundizar su formación. Durante catorce años – de 1962 a 1976- fue un reconocido profesor en las mismas escuelas donde estudió. Y fue también en 1976, con la llegada de la infame dictadura cívico militar, cuando Leo Vinci tuvo que abandonar su cargo como profesor.

Claro que esto no hizo que su carrera como escultor terminara, Vinci es un hombre combativo que no se amilana ante las adversidades, más bien todo lo contrario. No solo continuó con su prolífica producción, también desafió a las autoridades con sus próximas obras: Ausencia, Hacia dónde y Solo la sombra, todas referentes a las víctimas de la dictadura.
El documental de Franca González, Vinci/Cuerpo a Cuerpo bucea en la personalidad del escultor desde una mirada intimista y descontracturada, y explora buena parte de su obra. Y lo hace a la perfección. Más aun considerando que González no construye su documental para quienes están versados en las bellas artes, sino para una audiencia general – lo que no quita que quienes ya conocen a Vinci, ahora van a saber más.

El peligro potencial de un documental con estas características era que terminara siendo didáctico. Eso no ocurre nunca. Gran logro. Otro posible problema: que fuese excesivamente autoral, por ende la figura del cineasta opacaría a la del artista. No es éste el caso. Otro gran logro. Es que el equilibrio entre la vida personal de Vinci, su obra y la presencia de González está tan bien ejecutado que la película es como una amalgama en la que todo fluye sin prisa ni pausa, con precisión y nada de redundancia.
Por su parte, la fotografía y cámara de la directora – quien también es la productora, guionista, y montajista- es respetuosa de su protagonista ya que establece una distancia óptima: el acercarse y alejarse del escultor nunca es invasivo ni lejano. Vinci conversa con Gonzalez de una manera informal y de esta informalidad se construye una simpleza plena de significados y sentidos. Simpleza, no simplismo – algo que es muy difícil de hacer.
Creo que lo más atrapante es que el espectador se convierte en un testigo privilegiado de lo íntimo y lo más general, desde lo particular hacia lo universal. El pendular entre estos polos nunca se siente compartimentado, sino se verían las costuras. Es un placer ser trasladado entre universos que uno no conocía, sin un ápice de tedio ni altas velocidades. Porque, entre otras cosas, Vinci/Cuerpo a Cuerpo pide contemplación y atención; la lentitud o la velocidad no son el tempo adecuado, y eso González lo sabe muy bien.
Lúcido y sensible, el nuevo documental de la talentosa Franca González es un retrato multifacético de un artista igualmente multifacético.
