Las buenas intenciones, de Ana García Blaya

«Las Buenas Intenciones es la historia de un momento particular de mi vida. Es la historia de una decisión muy difícil de tomar. Es también mi historia. Mi punto de vista. Y el momento que marcó la definitiva gestación de mi personalidad. Es una catarsis amorosa que no pretende ser especial ni increíble, pero sí fiel a los recuerdos”, señala Ana García Blaya acerca de su notable ópera prima, exhibida en el Festival de Mar del Plata y premiada en los festivales de Biarritz y San Sebastián.

Sin ser una película autobiográfica, la película mezcla momentos de la vida real de la realizadora (o, al menos, sus recuerdos de esos momentos) con otros episodios ficticios para narrar la historia de Amanda, una chica de once años (Amanda Minujín, hija del actor Juan Minujín, y toda una revelación) quien, junto con sus hermanos menores, vive con sus padres divorciados en un régimen de tenencia compartida.

Hasta que un día su madre, Cecilia (Jazmín Stuart, impecable) les propone irse a vivir a Asunción, Paraguay, con su pareja actual, lejos de una de las tantas crisis económicas de Argentina (estamos casi a fines de los 90) y de la vida desprolija e inmadura que les ofrece su ex marido Gustavo (Javier Drolas, más verosímil, imposible). Fumón, desorganizado y con poca noción de los límites, Gustavo cría a sus hijos entre sus amigos, sus novias ocasionales y la vida en su disquería que tiene con su socio Néstor (Sebastián Arzeno, otro acierto de casting).

Claro que la cuestión no tiene nada de fácil. Porque por más tiro al aire que sea Gustavo, es muy afectuoso con sus hijos y ellos lo quieren mucho. Y si bien los hermanos de Amanda aceptan la decisión de mudarse sin mayores reparos, ella no se quiere ir. Y le propone a su padre un plan para vivir con él tiempo completo, sin descuidar ninguna de sus necesidades. Para Gustavo, pasar a ser el único responsable de la vida de su hija y convivir con ella es poco menos que atemorizante. Ni siquiera sabe si tiene ganas.

Las buenas intenciones tiene la frescura y la espontaneidad de lo real. Queda claro que los diálogos han sido cuidadosamente escritos, aquí no parece haber improvisación alguna, pero aún así parecen dichos por primera vez. Ayuda, y mucho, que estén en boca de personajes que bien podrían haber sido caricaturescos o genéricos (la película es una suerte de comedia dramática), pero aquí hay matices, inflexiones, trazos finos. Aparte, cualquiera que haya vivido la traumática experiencia de tener que mudarse de golpe siendo un niño, con o sin separación de los padres, va a sentirse identificado con la verosimilitud de esos primeros días de desconcierto y desazón. Porque lo que mejor hace la ópera prima de Ana García Blaya es transmitir sentimientos y emociones.

Las escenas que tiran más a la comedia, sin ser originales ni innovadoras, son muy efectivas: tienen el timing justo, lo invalorable del sobrentendido y la complicidad entre los actores. Da la sensación de que todo el elenco la pasó muy bien haciendo esta película porque la química es admirable. Y eso no pasa todos los días. Incluso comedias dramáticas consagradas se revelan un poco forzadas al verlas por segunda vez. En cambio, Las buenas intenciones se puede ver varias veces y se hace cada vez más disfrutable.

Las buenas intenciones (Argentina, 2019). Puntaje: 8

Escrita y dirigida por Ana García Blaya. Con Javier Drolas, Amanda Minujín, Ezequiel Fontenla, Carmela Minujín, Sebastián Arzeno, Jazmín Stuart, Juan Minujín. Fotografía: Soledad “Yarará” Rodriguez. Música: Ripe Banana Skins. Montaje: Rosario Suarez. Dirección de arte: Marlene Lievendag. Sonido: Martín Garcia Blaya.. Duración: 86 minutos.